-Samuel, éste es Álvaro- Le digo, poniéndome entre los
dos-Álvaro, éste es Samuel.
Me siento incómoda. Le he contado la historia de Samuel a
Álvaro, pero por lo visto no se la cree. Me ha pedido hablar un segundo con él
en privado, pero ya estamos solos y no habla.
-Bueno, ¿De qué quieres hablarme?- Le pregunto. No puedo más
con esta situación.
-Pero bueno, Ella, ¿De verdad te crees su historia? ¿No has
pensado que quizá sea un chiflado? Muchas veces tardan años en detectar una
enfermedad mental y enviarlos aquí.
-¡Venga ya, Álvaro! A mí me parece normal.
-Un perfecto…- dice, impregnando cada palabra con un matiz
de odio que nunca antes había oído en él.
Me quedo callada. Nunca antes había visto a Álvaro así. Y no
me gusta.
-Pero Álvaro, somos su única oportunidad…-le digo. Intento
que suene lo más convincente posible, pero acabo susurrando.
Se ha quedado callado. Este silencio me duele. No es la
clase de silencio como cuando nos sentamos al fuego por las noches. Me siento
fatal. Samuel nos está separando. Pero debo ayudarle… Si no, ¡Morirá él solo
buscando a su hermanita!
-Por favor…
-Lo que pasa es que es un perfecto, ¿No es eso? Te ha
impresionado. Creía que no eras de esas.-otra vez con ese extraño tono.
-¿Qué estás diciendo? ¡Yo no soy de esas! Sea lo que sea que
signifique. Es que… ¿Tú no echas de menos a tu familia?
-Pues claro que sí pero… Ni siquiera sabemos cómo es su
hermana.-Perfecto, excusas y más excusas.
-Bueno, pues se lo preguntamos.
Caminamos otra vez hacia la cueva, en donde está Samuel.
Parece que Álvaro se ha calmado un poco. Pero está muy callado.
-¡Eh!- Dice, cuando estamos en la entrada.
-¿Qué? ¿Ya habéis terminado de hablar?- Pregunta Samuel.
Está tumbado bocarriba en mi cama, con aire despreocupado. Se incorpora
lentamente, sin dejar de mirar a Álvaro a los ojos.
-Sí.-Responde él. Todavía parece enfadado. Tiene cara de
estar oliendo algo exageradamente apestoso. O de haberse comido sin querer un
trozo de algo asqueroso. No le entiendo, siempre se había mostrado muy amable
conmigo. Hasta ahora, claro.
Decido hablar yo, ya que estos dos parecen muy poco
dispuestos a dejar ese aire de hostilidad contenida.
-Álvaro ha decidido ayudarnos.-Le digo, poniendo el tono de
voz más alegre que puedo. Me siento un poco idiota, no se me da bien fingir
cosas que no siento de verdad, lo único que puedo hacer es ocultar mis
sentimientos. Eso es lo que hago siempre. Cojo a Álvaro de la mano y le
arrastro conmigo hacia la cama, en donde Samuel está sentado.
-Entonces, ¿Cuándo empezamos?- Samuel parece más contento de
repente, lo que hace romper por fin la hostilidad que emanaba de él. Me gusta
más así, no enfadado.
-Primero, explícanos cómo es tu hermana. Es un poco tonto
ponernos a buscarla si ni Ella ni yo sabemos cómo es.-Dice Álvaro.
-Bueno, ella es… es bajita, mucho más que tú, Gabriela, mide un metro
cincuenta y cinco como mucho.- Vale, con mi metro setenta mido más que la mayoría
de los chicos de mi edad, pero tampoco es para tanto.- Tiene el pelo castaño,
rizado. Le llega más o menos hacia la mitad de la espalda. Sus ojos son azules,
como los míos. Tiene muchas pecas y es muy pálida. Tiene quince años, pero
parece más pequeña. Es muy callada y tímida, pero es una chica muy alegre y
risueña. Tiene un gran corazón. Somos mellizos, aunque no lo parece.
Según como Samuel la describe, se nota que la quiere
muchísimo. Y tampoco parece, por su descripción, que se parezca mucho a su
hermano, excepto por los ojos. Y por lo visto es casi todo lo contrario a mí.
Soy mucho más alta, demasiado para mi gusto. No soy muy pálida, pero tampoco
morena, a pesar de todas las horas bajo el sol en las duras jornadas en busca
de alimento. Mi pelo es marrón oscuro, casi negro. Es muy liso, y casi no tiene
volumen.
-Ya es tarde.- Dice Álvaro- Empezaremos a buscarla mañana.
Iremos hacia las montañas, por allí hay más gente. Además, tenemos que buscarte
unos zapatos.
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