jueves, 30 de agosto de 2012

Capítulo 6


Llevamos cuatro días refugiados en una tienda de campaña improvisada a causa de la tormenta, que nos pilló de excursión buscando a Ana. Álvaro y Samuel están discutiendo. Un tejón ha entrado y ha mordisqueado mi esterilla para dormir. Les he dicho que puedo dormir en el suelo perfectamente, que ya lo he hecho antes, pero ellos dicen que el suelo está muy mojado y que me voy a resfriar. Discuten sobre con quién voy a dormir. Samuel dice que, como él es menos corpulento, los dos cabemos de sobra en su esterilla. En cambio, Álvaro dice que su esterilla es más grande.

-Bueno,-dice Samuel, mirándome divertido- que elija ella.
Estoy confusa. Siento cómo me ruborizo. No puedo elegir. Por un lado, Álvaro parece que todavía está enfadado conmigo. Por otro lado, no podría aguantar las bromas de Samuel.
-¿Por qué no dormís vosotros dos juntos?
-Ni loco duermo yo con ese.- dice Samuel- Aunque lo está deseando.
-En tus sueños, chaval.
Les mando a los dos una mirada asesina mientras me cruzo de brazos, pero ni me miran si quiera.
-¿Y si lo echáis a suerte?- propongo. Ahora sí que me miran. Álvaro me sonríe, y Samuel se parte de la risa.
-¡Venga! A piedra, papel o tijera.-propone Samuel. Cada vez estoy más convencida de que adora el sonido de su voz.
Álvaro gana. Como me he dado la vuelta para no verles, lo sé al escuchar la risita de suficiencia de Álvaro. Por lo general no ríe muy a menudo, pero me encanta el sonido de su risa. Es como un repiqueteo de campanas.
Me quito las botas y me tumbo en su esterilla, pegada a la pared de la tienda, demasiado avergonzada como para mirarle. No sé por qué me siento así, él y yo hemos vivido de todo juntos. Samuel se dirige a él en susurros, pensando quizás que yo no le escucharía, pero olvida que tengo oído de cazadora experimentada.
-Ni se te ocurra tocarla, ¿Me oyes?-Le dice.
Cada vez estoy más y más confusa. ¿Por qué se comporta así? Álvaro le responde con otra risita. Le siento tumbarse a mi lado. Su respiración, profunda, me hace cosquillas en la nuca. Me siento muy alterada por su proximidad, no me deja pensar bien.
No consigo dormirme. Pasan las horas y el sueño no llega. ¿Estará Álvaro dormido? ¿Y Samuel? ¿Qué estará pensando? ¿Le molestará que no le haya elegido? Pero yo no he tenido nada que ver, ha sido la suerte. La tormenta no cesa. ¿Habrá encontrado su hermana un sitio donde resguardarse? Decido darme la vuelta para ver si, al cambiar de postura, me duermo. Lo hago lentamente, para no despertar a Álvaro, pero me encuentro con su atenta mirada en cuanto consigo darme la vuelta.
-¿Tú tampoco puedes dormir?- me pregunta. ¿Yo? ¿Dormir? ¿Con él al lado? Imposible. Aunque bien pensado llevamos dos años durmiendo en la misma cueva, a unos dos metros. Pero esto es distinto, ahora estamos en la misma esterilla. Y con su rostro a pocos centímetros del mío, resulta difícil pensar.
-No.- digo, casi tartamudeando.
-Entonces, ¿Podemos hablar?
-Supongo.- ¿De qué querrá hablar? ¿Se habrá dado cuenta de mi extraño comportamiento? Le miro a la cara. Es evidente que ha crecido en estos años. Su cara ya no es la de un niño asustado, si no la de un adulto responsable y maduro. Sus rasgos son más angulosos, y su pelo rubio es más oscuro y rizado que cuando le conocí. Hace una pausa, supongo que buscando las palabras adecuadas.
-Sé que estos días me he comportado como un auténtico idiota, lo siento. Te conozco, y sé que no te gusta estar enfadada con nadie, pero es que ese tío me pone de los nervios.
-A mí también, pero creo que seríamos muy malas personas si no le ayudásemos, Álvaro. Moriría solo en el bosque sin nosotros. Y no podría cargar con la culpa.
-Lo sé, lo sé. Eres terriblemente buena persona, Ella. ¿Recuerdas el día en que nos conocimos?-Por supuesto que lo recordaba. Me había encontrado a Álvaro inconsciente en el suelo, desangrándose. Tenía una enorme herida en la espalda y ni siquiera se había dado cuenta, por lo de su enfermedad- No fuiste capaz de dejarme solo, a sabiendas de que podía ser un salvaje.
-Te equivocas. Tú has hecho por mí muchísimo más que eso. Sin ti, estaría muerta.
-Eres tan dulce…
Y el beso que siguió a sus palabras también fue muy, muy dulce.
Llevamos un buen rato mirándonos a los ojos. No puedo apartar la mirada, sus ojos negros me tienen atrapada. No sé cuánto tiempo llevamos así, muy poco tiempo para mi gusto, cuando Samuel se levanta y va sigilosamente hacia las mochilas. A regañadientes, Álvaro deja de mirarme para ver qué hace.
-¿Qué estás haciendo, chaval?
-¡Eh! ¿Estáis despiertos? Bien, porque me muero de hambre y no queda comida en la mochila. ¿Vamos a buscar algo?

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