Llevamos cuatro días refugiados en una tienda de campaña
improvisada a causa de la tormenta, que nos pilló de excursión buscando a Ana.
Álvaro y Samuel están discutiendo. Un tejón ha entrado y ha mordisqueado mi
esterilla para dormir. Les he dicho que puedo dormir en el suelo perfectamente,
que ya lo he hecho antes, pero ellos dicen que el suelo está muy mojado y que
me voy a resfriar. Discuten sobre con quién voy a dormir. Samuel dice que, como
él es menos corpulento, los dos cabemos de sobra en su esterilla. En cambio, Álvaro
dice que su esterilla es más grande.
-Bueno,-dice Samuel, mirándome divertido- que elija ella.
Estoy confusa. Siento cómo me ruborizo. No puedo elegir. Por
un lado, Álvaro parece que todavía está enfadado conmigo. Por otro lado, no
podría aguantar las bromas de Samuel.
-¿Por qué no dormís vosotros dos juntos?
-Ni loco duermo yo con ese.- dice Samuel- Aunque lo está
deseando.
-En tus sueños, chaval.
Les mando a los dos una mirada asesina mientras me cruzo de
brazos, pero ni me miran si quiera.
-¿Y si lo echáis a suerte?- propongo. Ahora sí que me miran.
Álvaro me sonríe, y Samuel se parte de la risa.
-¡Venga! A piedra, papel o tijera.-propone Samuel. Cada vez
estoy más convencida de que adora el sonido de su voz.
Álvaro gana. Como me he dado la vuelta para no verles, lo sé
al escuchar la risita de suficiencia de Álvaro. Por lo general no ríe muy a
menudo, pero me encanta el sonido de su risa. Es como un repiqueteo de
campanas.
Me quito las botas y me tumbo en su esterilla, pegada a la
pared de la tienda, demasiado avergonzada como para mirarle. No sé por qué me
siento así, él y yo hemos vivido de todo juntos. Samuel se dirige a él en
susurros, pensando quizás que yo no le escucharía, pero olvida que tengo oído
de cazadora experimentada.
-Ni se te ocurra tocarla, ¿Me oyes?-Le dice.
Cada vez estoy más y más confusa. ¿Por qué se comporta así?
Álvaro le responde con otra risita. Le siento tumbarse a mi lado. Su
respiración, profunda, me hace cosquillas en la nuca. Me siento muy alterada
por su proximidad, no me deja pensar bien.
No consigo dormirme. Pasan las horas y el sueño no llega.
¿Estará Álvaro dormido? ¿Y Samuel? ¿Qué estará pensando? ¿Le molestará que no
le haya elegido? Pero yo no he tenido nada que ver, ha sido la suerte. La
tormenta no cesa. ¿Habrá encontrado su hermana un sitio donde resguardarse?
Decido darme la vuelta para ver si, al cambiar de postura, me duermo. Lo hago lentamente,
para no despertar a Álvaro, pero me encuentro con su atenta mirada en cuanto
consigo darme la vuelta.
-¿Tú tampoco puedes dormir?- me pregunta. ¿Yo? ¿Dormir? ¿Con
él al lado? Imposible. Aunque bien pensado llevamos dos años durmiendo en la
misma cueva, a unos dos metros. Pero esto es distinto, ahora estamos en la
misma esterilla. Y con su rostro a pocos centímetros del mío, resulta difícil
pensar.
-No.- digo, casi tartamudeando.
-Entonces, ¿Podemos hablar?
-Supongo.- ¿De qué querrá hablar? ¿Se habrá dado cuenta de
mi extraño comportamiento? Le miro a la cara. Es evidente que ha crecido en
estos años. Su cara ya no es la de un niño asustado, si no la de un adulto
responsable y maduro. Sus rasgos son más angulosos, y su pelo rubio es más
oscuro y rizado que cuando le conocí. Hace una pausa, supongo que buscando las
palabras adecuadas.
-Sé que estos días me he comportado como un auténtico
idiota, lo siento. Te conozco, y sé que no te gusta estar enfadada con nadie, pero
es que ese tío me pone de los nervios.
-A mí también, pero creo que seríamos muy malas personas si
no le ayudásemos, Álvaro. Moriría solo en el bosque sin nosotros. Y no podría
cargar con la culpa.
-Lo sé, lo sé. Eres terriblemente buena persona, Ella.
¿Recuerdas el día en que nos conocimos?-Por supuesto que lo recordaba. Me había
encontrado a Álvaro inconsciente en el suelo, desangrándose. Tenía una enorme
herida en la espalda y ni siquiera se había dado cuenta, por lo de su
enfermedad- No fuiste capaz de dejarme solo, a sabiendas de que podía ser un
salvaje.
-Te equivocas. Tú has hecho por mí muchísimo más que eso.
Sin ti, estaría muerta.
-Eres tan dulce…
Y el beso que siguió a sus palabras también fue muy, muy
dulce.
Llevamos un buen rato mirándonos a los ojos. No puedo
apartar la mirada, sus ojos negros me tienen atrapada. No sé cuánto tiempo
llevamos así, muy poco tiempo para mi gusto, cuando Samuel se levanta y va
sigilosamente hacia las mochilas. A regañadientes, Álvaro deja de mirarme para
ver qué hace.
-¿Qué estás haciendo, chaval?
-¡Eh! ¿Estáis despiertos? Bien, porque me muero de hambre y
no queda comida en la mochila. ¿Vamos a buscar algo?
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