-Samuel, mira que eres torpe.-digo aguantándome la risa.
Estamos poniendo trampas y él ya se ha quedado atrapado en ellas cuatro veces.
Álvaro también tiembla debajo de mí al aguantarse la risa. Me lleva a caballito
y yo voy colgada a él como si se me fuera la vida en ello, ya que él necesita
tener las manos libres. Mi pie ya no me duele tanto, pero me gusta estar cerca
de él. Huele como a flores silvestres. No sé como lo consigue. Creo que me voy
a bajar ya, porque aunque él no se queja, noto que está cansado.-Álvaro, puedes
bajarme, ya no me duele el pie.-le digo, pero él niega con la cabeza.
-He llevado cosas más pesadas durante más tiempo.-me dice.
Hundo mi cara en su espalda, tan musculada. Álvaro es bastante alto, grande y
musculoso. Es incluso más alto que yo. Y Samuel también. No había conocido a
muchos chicos que lo fuesen. Por un momento, su olor me nubla la mente. ¿Por
qué además de ser guapo, bueno y musculoso también tiene que oler tan bien?
Miro hacia Samuel, que parece muy ocupado librándose de su trampa (que él mismo
ha puesto, además). Es mi oportunidad. No hubiera soportado otra vez sus
bromas. Aunque, no sé por qué, me molesta que me vea besarle. Estiro mi cuello,
demasiado largo para mi gusto, pero que ahora me viene de perlas y le doy un
besito a Álvaro, quien me dedica su mejor sonrisa, ante lo cual yo sólo puedo
sonreír con él. Me hace tan feliz… Escucho unas voces a lo lejos. Me envaro de
repente y puedo notar que él también las ha oído. Salto de su espalda,
moviéndome lo más silenciosamente posible, hacia el ruido. Álvaro me para y me
coge de la mano. Me dirige una mirada de preocupación. Me indica que me detenga
y escuche. Se puede escuchar perfectamente el ruido que hace Samuel al
acercarse a nosotros, preocupado. Las voces hablan.
-Venga, dame otra.-dice una voz masculina, como de tenor. La
forma en la que habla, su voz… todo me resulta familiar. Me acerco más, de la
mano de Álvaro, para verle.
-No. Ya sabes, una fresa por un beso.-dice una chica. Al
acercarme sólo la veo bien a ella, a él sólo se le ve parte de una zapatilla de
deporte. Es muy bajita, por su tamaño no podría tener más de trece años. Pero
su cara no encaja bien con su cuerpo, parece más madura. Su pelo rizado casi se
la oculta, pero se pueden ver bien sus rasgos. Tiene unos labios gruesos y en
su barbilla se forma un hoyuelo. Tiene la nariz un poco respingona. Es muy
pálida, y un montón de pecas destacan en ella. Pero lo que más llama la
atención son sus ojos inteligentes, lo único que le da color a su pálido
rostro. Son exactamente iguales a los de Samuel. Miro hacia él. Se ha quedado
blanco como la cera, inexpresivo. Parece en estado de shock, o algo parecido.
Pero se recupera, sonríe y su cara se ilumina.
-¡Ana! ¡Anita!-grita, saltando los matorrales en los que nos
encontramos dando grandes zancadas hacia ella. La abraza tan fuertemente que parece
que la va a romper. En realidad, sólo se parecen en los ojos. Ella parece una
muñeca de porcelana fina, mientras que él parece un modelo de revista, de esos
que anuncian algún perfume medio en bolas. Aunque yo no le haya visto así,
claro está.
El chico que la acompaña, el de las fresas, se levanta.
Ahora sí que lo reconozco. ¿Cómo no iba a reconocerlo? Es Víctor.
¿Qué hace él aquí? ¡Es un perfecto! ¿Cómo ha encontrado a la
hermana de Samuel? ¿Qué hacen los dos tan tranquilos en medio del bosque? Y lo
más desconcertante: ¿Por qué estoy celosa? Quiero a Álvaro, me hace muy feliz. Víctor
sólo fue un novio de cuando era todavía una niña. Está tan cambiado… Sus ojos
marrones son más claros. Ya no son como el chocolate, si no que se acercan más
al color de la miel. Su pelo parece más largo. Ha crecido un montón. Otro dato
desconcertante: ¿Cómo es que los dos tienen ropa de perfectos? Van vestidos con
una especie de uniforme negro, con botas negras de montañista reforzadas de las
caras. Pero, ¿No hacía dos semanas que la hermana de Samuel había sido enviada
aquí? Sus ropas deberían estar hechas harapos. ¡Dios mío, me está mirando! ¿Me
habrá reconocido? Ahora soy muy diferente de la chica con la que él salía.
Estoy más morena, mi pelo tiene su color natural, estoy más delgada… y, sobre
todo, no llevo ni maquillaje ni ropa colorida. Dirige la mirada de mí hasta
Álvaro y nuestras manos unidas, y vuelta a empezar. Sí, creo que me ha
reconocido. Álvaro me toca el hombro con la mano libre y yo levanto la cara
hacia él. Puedo leer la duda en su mirada. Sabe que lo he reconocido, y él a
mí. Menos mal que no sabe que es mi ex novio. ¿Habrá intuido algo? Samuel, por
su parte, parece estar en el paraíso. Abraza a su hermana, la separa de él para
mirarle la cara y vuelta a empezar. Ya lleva así un rato. Murmura algo como “mi
niñita” o algo así. ¿Se habrá vuelto loco? Loco de felicidad, como dijo antes
Álvaro. Samuel parece darse cuenta al rato de nuestra presencia, y dice:
-¡Eh, pareja! Venid aquí que os voy a presentar. Anita, esta
es Gabriela. Yo la llamo princesita. A su lado está su novio. ¿Da miedo, eh? Se
llama Álvaro. Chicos, ésta es mi hermana, Ana. ¿Y él quién es?-dice señalando a
Víctor. Sigue mirándome.
-Gabriela, ni que hubieses visto un fantasma.-dice Samuel.
De repente, Víctor da un paso hacia mí y yo me agarro más fuerte a Álvaro. Da
igual, no le va a doler.
-Gabi…-dice Víctor.
No aguanto más. Me suelto de Álvaro y corro, corro hasta más
no poder. Oigo a Álvaro llamarme. Me da igual, ahora mismo no quiero pensar.
Quiero perderme. Quiero desaparecer. Quiero morirme. Samuel ha dicho: “ni que
hubieses visto un fantasma”, y no podría tener más razón. He visto a un
fantasma del pasado. Como soy rápida, en cuestión de horas llego a donde
teníamos la tienda. Me derrumbo cansada. Este día ha sido el más largo de toda
mi vida. Recuerdos de mi familia me vienen a la mente. Recuerdo el día en el
que les presenté a Víctor. Fuimos a cenar todos juntos a un restaurante. Él
estaba muy nervioso, y yo también. Un noviazgo extraño, el nuestro. Nos
dedicábamos a pasear por ahí todo el día. Nos besamos por primera vez el día en
el que me declararon imperfecta. Habíamos salido todos del tribunal. Mi madre y
mi padre lloraban. Él me cogió de la mano y me llevó a una azotea. Me dijo que
todavía no estaba todo perdido, que me quedaba un mes, que lucharía para que me
quedase. Y entonces me besó. Fue un beso desesperado. Esa fue la última vez que le vi.
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