-¡Mami! ¡Por favor, ayúdanos!
Me despierto jadeando. Era un sueño. Menos mal. Vuelvo a
estar en la cabaña de Carolina y los gemelos. Carolina está a mi lado, parece
que hablando en sueños. Uno de los gemelos-creo que Pablo-Está completamente
tumbado sobre Samuel, y el otro-Carlos, supongo- lo tiene agarrado por las
piernas. Y parecen no darse cuenta, siguen dormidos los tres. Hago un esfuerzo
por aguantar la risa. Me pregunto por el significado de mi sueño. ¿A caso
estaba viendo una versión de mi futuro en la que seguía con Álvaro? Prefiero no
pensar más en el maldito sueño. La carita desesperada de ese niño me destroza.
Hace un calor horrible y no puedo dormir. Estoy sudando.
Miro el mapa holográfico en la PDA y veo que cerca hay un pequeño arroyo.
Perfecto.
Mientras me baño a la luz de la luna no puedo parar de
pensar en mi hogar y en nuestro pequeño lago. Parece que han pasado siglos
desde que comenzamos nuestro viaje, y sólo ha pasado una semana. Vuelvo a
vestirme con la muda que traje en la mochila y lavo la ropa que llevaba puesta,
que apesta a sudor, mojándola con agua y frotándola con unas flores que huelen
muy bien. Me recojo el pelo en una cola alta con una cuerda y decido aprovechar
el tiempo. Cojo un cuchillo y empiezo a lanzarlo contra el árbol más cercano,
que está a unos seis metros. Esta zona tiene muy pocos árboles. Hago una marca
en el suelo y pongo el pié ahí. Lanzo el cuchillo una, dos, tres veces y nada.
Cuatro, cinco, seis veces y parece que voy a darle, pero no llega. Me enfurruño
y me siento en una piedra.
-Nunca conseguirás acertar si te rindes tan pronto.
Miro hacia atrás y está Carolina apoyada en el árbol. A
partir de ahí, pasa toda la noche intentando enseñarme a lanzar, pero sólo
consigo acertar a cuatro metros de distancia. Decide que esto no es lo mío. Me
propone enseñarme a lanzar con el arco y acepto, pero soy igual de inútil. Al
final, practicamos combate cuerpo a cuerpo, y eso sí que se me da bien. Soy muy
rápida y escurridiza. No consigue atraparme. Por último, me abalanzo sobre ella
y consigo tumbarla. Saco mi cuchillo y lo clavo al lado.
-¡He ganado!-digo sonriendo. Me levanto y la ayudo a
levantarse.
-Recuérdame que no te haga enfadar.-me dice riendo.- Hace
mucho calor- dice- ¿Nos damos un baño?
Llegamos al arroyo y nos metemos con la ropa y todo.
-¡Qué fresquita!- exclamo. Sienta de maravilla después del
ejercicio. Salimos del agua y me escurro el pelo encima de ella.
-¿Quieres guerra, enana? ¡Pues la tendrás!- Se sacude como
un perro y me empapa de agua. Terminamos tumbadas en el suelo agotadas de tanto
reír. Los chicos, que ya se han levantado, vienen a nuestro lado. Los gemelos
siguen a Samuel uno detrás de otro. Parecen la mamá pato y sus polluelos. ¡Qué
monada!
-De modo que os ponéis a jugar y no me avisáis. ¡Os parecerá
bonito!-dice Samuel.
-No seas teatrero, Samuel.-Dice Carolina. Es exactamente lo
que le dije yo aquella vez. Samuel y yo empezamos a reír a carcajadas. La
cogemos entre los cuatro-los gemelos nos ayudan- y la tiramos al arroyo. Pasamos
todo el día bañándonos. Por la tarde los gemelos traen plátanos. ¡Qué ricos!
Luego Samuel se pone a hacer chistes malos sobre monos y termino tirándole la
piel de mi plátano a la cabeza. Me lanza una mirada de reproche. Al segundo
estamos los cuatro riendo y Samuel aguantando la risa, hasta que no puede más y
se ríe con nosotros.
-¡Tonto el último!-dice Carolina y vamos otra vez al arroyo.
Los gemelos empiezan a salpicar a Carolina y ésta empieza a pegar chillidos
diciendo: “¡Dejadme en paz!” Samuel me mira y yo le miro a él. Sé que piensa en
su hermana. Le doy un abrazo.
-¡La vas a recuperar, seguro! Verás que dentro de poco se da
cuenta de que ha sido una estúpida y viene a ayudarnos.
Carolina nos mira extrañada. Se encoge de hombros y sigue
jugando con los niños. Se nota que se quieren mucho. Sólo son dos años menores
que nosotros, pero son muy inocentes. Nunca había pensado en eso de la
maternidad, se supone que no debería de haber sobrevivido, pero pienso que me
gustaría tener niños en un futuro. Pero ¿Con quién? Otra vez me ruborizo y
Carolina vuelve a preguntarme en quién pienso. Samuel se ríe mientras yo le
cuento mi historia con Álvaro.
-Los tíos son idiotas.-Samuel la mira con los ojos
entrecerrados- Lo siento, pero es verdad. Tú tampoco te salvas, majo.
-¿Y nosotros?- dice uno de los gemelos, el que se rió el
otro día, Pablo, creo.
-Vosotros no sois tíos.-dice Carolina- Sois… enanos.- Ahora
están enfadados los tres y Carolina y yo nos partimos de risa.
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