jueves, 13 de septiembre de 2012

Capítulo 19: En familia


 
Carolina y yo estamos en la orilla de un pequeño río, lavando toda la ropa. Hoy es nuestro turno. Parece mentira que sólo hayan pasado unas semanas desde que nos conocimos. Ahora somos catorce. Estamos Samuel, Carolina, los gemelos y yo, además de los chicos que encontramos por el camino. Al final encontramos a Lourdes, Inés, Miguel y José, los chicos que estaban cerca de nosotros. También encontramos a otros chicos cerca de la playa: Michelle, Camille, John, Fred y George.
-¡Carolina! ¡Dile a José que me deje!-dice Inés. Es una chica de mi edad, también bastante alta, con el pelo y la piel más claros que los míos. Sus ojos son marrones y tiene un montón de pecas. Le falta un brazo, pero tiene una prótesis. José, rubio con los ojos marrones, igual de alto que ella pero un año menor, no para de molestarla. Es hiperactivo. Eso explica muchas cosas. Aunque también lo explica que esté enamorado de ella. Pero ella parece no darse cuenta.
-Si me das un besito, te dejo en paz.-le dice, y se van, peleando.
Aparece Lourdes. Lourdes es una chica bastante parecida a mí, aunque tiene el pelo más rizado, es más bajita y sus ojos son más marrones que mi ojo marrón. Ella es la que tiene seis dedos. Es muy tímida, y casi siempre está con Miguel, que es un año menor que ella, pero tienen una personalidad parecida. Ella le ayuda en lo que puede, ya que él no puede ver. Siempre, siempre, siempre está riéndose.
-Hola. ¿Queréis que os ayude?-nos pregunta. La verdad es que no es su turno, pero tenemos muchísima ropa que lavar (¡La ropa de los 14!).
-¡Sí, por favor! Creo que se me van a caer los dedos. ¿Por qué tenemos que restregar las flores estas? ¡Si con un poco de agua vale!-dice Carolina. Le encanta quejarse.
-Muchas gracias, Lourdes. Ésta no para de quejarse y no le da a la ropa.-digo, y Carolina me lanza una mirada de reproche. Después empieza a hacerle caras raras a Lourdes, quien se parte de la risa. Carolina será la mayor, pero es muy infantil. Gracias a Lourdes, terminamos enseguida. Llevamos la ropa a nuestro campamento, en donde los demás aprenden técnicas de lucha. Camille se lanza encima de nosotras en cuanto nos ve llegar con la ropa limpia. Tiene dieciséis años y es daltónica. Tiene también el pelo rubio, como Carolina, y los ojos dorados, pero mientras Carolina es toda simpatía, Camille es muy… excéntrica. Está obsesionada con la ropa, a pesar de que no distingue bien algunos colores. Tiene la manía de hablar con un acento francés, una lengua antigua, intercalando palabras en ese idioma. Siempre me ha costado entender por qué nuestros antepasados hablaban varias lenguas, cuando ahora, que solo hablamos una, es todo más fácil. Aun así, cada parte del mundo conserva su cultura y tradiciones, incluso los nombres varían según tu región de procedencia.
- ¡Mon dieu! Menos mal que está aquí mi falda plisada. No sabéis cuánto me costó encontrarla en el vertedero.-a Lourdes le entra la risa, ya que ha dicho algo como “encontrgagla” y “vegtedegó”.  Parece que se está atragantando. Los demás están en una especie de círculo. John, Fred y George están en el centro. Todos están fortísimos, los tíos con más músculo que he visto en mi vida. Por lo visto, los tres estaban en una academia militar, pero una bomba les dañó y los enviaron aquí. Ellos nos enseñan a combatir. Son bastante parecidos, morenos los tres, piel aceitunada y ojos marrones, menos los de George, que son de un verde raro, como la gelatina. Ahora mismo están practicando con Miguel y Samuel. Miguel está practicando eso de escuchar los movimientos del enemigo, que es lo único que puede hacer, ya que no ve, y Samuel a ser más silencioso, eso le viene bien, ya que siempre espanta a las presas cuando caza. Es extraño verlos. Por increíble que parezca, Miguel consigue parar los golpes de Samuel.
-Ya me he cansado.-dice Samuel. Se acerca a nosotras y me tira del brazo.- ¡Vamos a darnos un baño en la playa! Hace mucho calor.
Nuestro campamento está al lado de la playa. Las playas de aquí son preciosas. La arena es muy fina, y el agua es muy clara. Me descalzo y me meto en la orilla. El agua está fresquita, me hace cosquillas en los pies. Hoy le he cogido prestado unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes a Carolina. Como ya no estamos en una zona con una vegetación espesa, puedo ponérmelos sin hacerme arañazos con las ramas. Me meto un poco más hondo y hasta puedo ver algunos peces que me pasan entre los pies. Ahora que lo pienso, ¿Y Samuel? Miro hacia atrás y está poniendo caras raras y encogiéndose.
-¡Pero qué fría!-dice. No debería haberlo dicho. Voy hacia él y le salpico. Suelta un gritito muy gracioso. Se ha quitado la camiseta, y se pueden ver perfectamente las marcas en donde el sol le ha quemado, por lo pálida que es su piel. Parece un salmonete. También puedo verle la cicatriz de su vientre, la que le hizo su hermana.
-¡Venga ya!-le digo y le arrastro hacia lo hondo. Empieza a tiritar. ¡Qué blanducho este perfecto!- Te echo una carrera, y así entras en calor. El primero que llegue hasta esa roca gana.-digo señalando un pedrusco enorme a unos diez metros de aquí.
Al principio voy ganando, pero él pega un sprint y llega a la roca antes que yo. Sube encima y me tiende una mano para ayudarme a subir. Gestos como éste son los que me encantan de él. En cuanto subo, me acurruco a su lado. Durante este mes nos hemos pegado más. Él no está para nada interesado en mí, lo sé, pero yo creo que estoy empezando a sentir algo muy fuerte por el chico de ojos tristes. Colocamos espalda contra espalda y miramos durante un rato el mar. Es de noche cuando Samuel dice:
-Tengo frío. ¿Nos vamos ya?-no quiero. Quiero quedarme con él allí hasta que amanezca. Es un momento… mágico. Me doy la vuelta y le sonrío. Vuelvo a meterme en el agua, pero esta vez voy buceando. La explosión de colores en el fondo del mar es… indescriptible.
Cuando salgo del agua, Samuel ya está allí esperándome. Parece nervioso. Sus increíbles ojos azul-grisáceos me miran fijamente. No para de frotarse un brazo. Lo miro interrogante. Parece que quiere decir algo. ¡Por Dios! Me estoy poniendo nerviosa, muy nerviosa. ¡Que lo diga ya, por favor!
-Gabriela…-oh oh, no me ha llamado Erre, esto es serio.-Las estrellas están preciosas esta noche.-dice. Miro al cielo. Es verdad, brillan mucho.- ¿Te apetecería, después de la cena, volver aquí conmigo para contemplarlas un rato?- ¿Me está pidiendo una cita? ¿En serio? ¿Él, el perfecto más dulce, guapo y sensible del mundo mundial? Miro hacia abajo avergonzada.
-Pues… vale, de acuerdo.-le digo con la voz más serena que soy capaz de poner, mirando todavía al suelo.

 

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