Me
duele un poco la cabeza. Y tengo frío. Pero nada de eso importa ahora. Debo
seguir andando. ¿Quién sabe si los chicos ya habrán ido a por munición y ahora
estarán allí? Bueno, es poco probable, pero puede ser. Son armas, máquinas de
matar. ¿No podrían hacer este camino cuatro veces en el tiempo en el que yo
una? Aunque yo soy muy, muy rápida.
Me
siento sola. Eso nunca me había preocupado. Es más, siempre había buscado estar
sola, incluso en el mundo perfecto. Pero ansío la compañía de Samuel. Mi
Samuel. ¿Dónde estará? ¿Qué estará pensando? Estará muy enfadado conmigo, por
no haberle hecho caso. Pero él debe comprenderme. Me asusté, y mucho, al ver
que no venía a por mí a la hora acordada.
Tengo
frío, y luego calor, y luego frío otra vez. Estornudo diez, once, doce veces en
menos de media hora. Cojo algunas hojas para secarme los mocos y los ojos, que
me lagrimean. Vuelvo a tener calor. Pero no puedo detenerme, debo seguir. Debo…
Debo… Seguir…
Alguien
corre hacia mí como si la vida se le fuera en ello. ¿Samuel? ¡Es Samuel! Mi
ángel viene en mi búsqueda… Pero algo pasa… le llamo y no me responde. Ahora lo
entiendo, los chicos de negro le están persiguiendo. Quiero ayudarle, pero voy
muy, muy lenta, como si estuviera soñando. ¿Soñando? ¿Pero cuándo me he
dormido? Es imposible. Samuel se detiene. Me tiende una mano, como si me
estuviese esperando. ¿Qué hace? ¡Van a cogerle!
-¡Samuel!
¡No, Samuel! ¡Huye! ¡Te matarán!-le digo, pero no me hace caso. Mi ángel viene
hacia mí caminando lentamente.- ¡Vete! ¡Estaré bien, te lo prometo!-pero sigue
sin hacerme caso, y los chicos de negro le cogen. Uno le clava una especie de
hacha.- ¡No!- grito. Corro hacia él, pero antes de llegar el chico extrae el
hacha y me la tira a mí, clavándomela en la cabeza.
Me
despierto dando un bote, pero cuando levanto la cabeza me doy un golpe.
-¡Au!-exclamo.
Me he hecho daño. Antes de abrir los ojos, me toco la cabeza. Ningún hacha.
Bien. Sólo era un sueño. Lentamente, voy abriendo los ojos. ¿Estoy en mi cueva?
Eso parece. ¿Cómo habré llegado allí? No lo sé. Un dato desconcertante: Álvaro
está aquí. Está reclinado sobre mí, tocándose la cabeza con una mueca de
enfado. Vale, seguro que estoy delirando o algo. Me habré resfriado después de
la tormenta. Sí, eso será.
-Estabas
gritando.-Explica- Parecía una mala pesadilla. He venido a despertarte. Lo siento
si te he asustado.-Vale, no estoy delirando. Mi cabeza me duele demasiado. Es
curioso, sus palabras no se corresponden con sus gestos. Me mira con reproche y
enfado. ¿Reproche? ¿Enfado? ¡Pero si fue él el que nos dejó! Fue por cobardía.
Y egoísmo también. Prefirió quedarse a salvo y no avisar a los demás. En cambio
Samuel, mi Samuel, mi valiente, filántropo Samuel… el sueño me ha afectado. No
sé dónde ni cómo estará. Bueno, donde sí: en las montañas ¿Les habrán cogido
los chicos de negro?-Pero eso no era razón para darme un golpe como ese.
-Bueno,
pues muchas gracias. ¿Cuánto tiempo he estado dormida?-le pregunto.
-Te
encontré esta madrugada, hacia las cuatro, en el bosque, tirada en el suelo. No
creo que llevases mucho tiempo allí, habrías sido presa de ataques de animales,
o habrías muerto de hipotermia. Ahora son como las cinco de la tarde. Llevas
durmiendo-cuenta las horas con los dedos- trece horas, si no me equivoco.
Me
levanto de un salto, me pongo las botas, que están en el suelo, y busco mi
mantel y mi cesta. Están casi en el fondo de la cueva. Vuelvo a ponérmelos
atados en la espalda y le digo adiós a Álvaro con la mano, todo en silencio.
Tengo la boca muy seca. También parece que he sudado, pero no puedo detenerme.
¡He perdido trece horas! ¡Trece valiosas horas! En trece horas podrían haber
matado a Samuel miles de veces. Álvaro me detiene, cogiéndome por la muñeca.
-¿Pero
qué haces? ¿Estás loca? Acabas de estar una noche entera con fiebre. No puedes
salir ahora. Tienes que descansar un poco y comer algo.
Um,
bueno, comer algo sí que comería. Voy a donde guardábamos la comida. ¡Hay
fresas! ¡Pero qué ricas! Me encantaría llevarles algunas a Samuel, Carolina,
Camille… pero no quiero quitarle mucha comida a Álvaro. Me meto dos fresas
enteras (después de haberles quitado el rabito, claro. Tengo hambre, pero no
tanta) en la boca y vuelvo a ponerme en camino. Álvaro se pone en frente mía,
bloqueándome el camino. ¿Es que no entiende que tengo que irme?
-Álvaro,
tengo que irme. Ya. Habíamos formado una especie de campamento. Éramos ya
catorce. Pero los chicos de negro vinieron. Samuel y yo… estábamos… en otro
sitio, separados de los demás. Vimos a los chicos de negro y él fue a
avisarles. Yo me quedé allí. Estuve horas esperándole, y al ver que no venía
fui yo. Habían quemado el campamento. Había un cadáver quemándose en el fuego.
Volví al otro sitio y había una gran mancha de sangre. Era enorme. Alguien más
había muerto. Pero Samuel me escribió una especie de mensaje en un árbol,
diciéndome que fuese hacia las montañas. Luego… me encontré con dos chicos de
negro y logré dejarlos inconscientes con esto-digo, señalando mi cesta-. Pero
ellos saben que mi grupo se dirige hacia las montañas. Tienen un sinfín de
aparatos de la más alta tecnología. Si yo tan solo tuviese mi PDA… espero que
la salvaran del fuego.-Álvaro me está mirando atónito. Creo que estoy hablando
demasiado. No debería habérselo contado. Pero necesitaba contárselo todo a
alguien. Y estoy muy nerviosa, y cuando me pongo nerviosa hablo sin parar.
-¿Me
estás diciendo… que tú solita… armada con una especie de cesta… dejaste
inconsciente a dos agentes especiales del gobierno?-pregunta.
-Bueno,
ellos se quedaron sin munición. Yo contaba con el factor sorpresa. Salté de un
árbol… bueno, déjalo. Necesito ir a las montañas. Ahora. Y, al traerme aquí, me
has desviado del camino. Ahora tendré que andar el doble.
-Oh,
no, señorita, de eso ni hablar. No vas a volver a enfrentarte a esos tipos tú
sola. En realidad, yo os estaba buscando.-confiesa medio avergonzado.- Quiero
unirme a vosotros. Tenías razón, Ella. No puedo desentenderme por las buenas.
Esto es algo gordo. Y yo quiero formar parte de ello. Tampoco es que me haga
ningún bien mantenerme alejado de ti. Te he echado muchísimo de menos.-dice.
-¿Entonces
qué? ¿Vas a unirte a nosotros?-le digo, cambiándole de tema. Ya hablaré con él
y le explicaré como están las cosas. Que mi vida ahora es Samuel. Que no le
quiero a él. Que Samuel lo ha eclipsado. Que él es mi verdadera alma gemela,
que siento cosas por él que jamás sentí ni por Álvaro ni por Víctor. Víctor…
¿Dónde estará? Espero de todo corazón no volver a encontrármelo nunca. Ni a él
ni a Ana. Nunca les perdonaré cómo trataron a Samuel. Son… lo peor de lo peor.
Ellos sí que son escoria.
-Por
supuesto que sí.-me dice. Pone su mano en mi espalda y me atrae hacia él. ¡No!
Me escurro como puedo para evitar que me bese. Es listo, debería haber intuido
algo. Parece herido. Ridículo. Fue él quien me trató como si fuese un juguete.
Le miro a los ojos, un poco alejada. Parece que sabe que he encontrado a otro,
pero ¿Sabrá que estoy enamorada hasta las cejas de Samuel? No sé…
-Creía…
creía que teníamos algo bonito, Ella.-me dice, en tono de súplica. Además de lo
enfadada que estoy con él por tratarme como un juguete y por dejarnos tirados,
me da mucha pena. Le toco la mejilla con el borde de la mano.
-Lo
siento, pero he encontrado a alguien.-le digo. Eso es verdad en parte. Lo
encontré aquella vez en el bosque. Pero no empezamos a salir hasta mucho
después. Sonrío cuando pienso lo mucho que me irritaba, pero lo rápido que
conectamos luego. Pienso en el poco tiempo que hemos tenido para estar juntos.
-Mientras
te haga feliz…-me dice apartando mi mano. ¿Feliz? ¿Esta sensación rara en la
boca del estómago y las ganas de sonreír como una tonta a todas horas, de
sentirme en el cielo cuando estoy con él es felicidad? Más bien creo estar en
el paraíso. Pero ahora, sin él a mi lado… me siento morir. Pues sí, me hace
feliz, pero a la vez terriblemente preocupada. Pero recuerdo todos nuestros
momentos juntos, esa sonrisa… El chico de tristes ojos azules me tiene como absorbida.
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