Me
siento una salchicha vestida así, tan embutida. Parece que la ropa va a
reventar de un momento a otro.
-Gabriela,
sal ya cariño, que no tenemos todo el día.-me dice Samuel desde detrás del
trozo de madera que funciona como puerta.
-No,
ni hablar.- no quiero que me vea así.
-Venga.
Yo también me la he puesto. Es verdad que queda raro, pero nos iremos
acostumbrando, para eso nos la ponemos, ¿No? Para acostumbrarnos a ella e
incluso poder luchar vestidos así.- A él lo he visto antes y no le quedaba mal.
Se ajustaba perfectamente a sus pectorales y a sus bíceps, aumentados en estos
meses de duro trabajo. Él ya había usado esta ropa, cuando escapó de Víctor y
Ana, pero estaba muy demacrado por la tortura y le quedaba ancha.
En
cambio, yo… esta ropa me hace gorda, definitivamente. La ropa de combate se
supone que debe de ser cómoda y holgada, ¿No? Bueno, no es incómoda del todo,
es bastante elástica y flexible.
Tengo
ganas de conocer al chico que va a venir con nosotros a la misión, a si que voy
a tener que salir así vestida.
-Prométeme
que no te vas a reír.-le digo.
-Te
lo prometo.-contesta. No sé si fiarme de sus promesas: aquella vez me prometió
que vendría a buscarme pronto y no lo hizo. Quito el trozo de madera y salgo,
con la cabeza gacha. Samuel emite un silbido. Se queda quieto, con una
expresión extraña. Me mira de arriba abajo unas cuantas veces, lo que me hace
sonrojar.
-Este
estúpido uniforme… ¿Puedo quitármelo? ¡Por favor!- Samuel esboza una sonrisa
traviesa.
-Ni
hablar. Si hubiese sabido que estabas tan sexy con él, no me habría opuesto
tanto a la idea de que vinieses con nosotros.-Me sonrojo más aún, pero me quedo
un poco más tranquila. Si Samuel lo dice…- Vamos a la cocina, nos está
esperando allí.
Parece
esperar que me ponga en movimiento, así que marcho delante de él. Llegamos a la
cocina pronto, pero me quedo en la puerta, intentando que la gente no se fije
en mí. Nuestros amigos están todos juntos en la mesa del fondo, la más grande.
También hay un chico allí que no conozco, supongo que será el chico del que me
ha hablado Samuel. Sin venir a cuento, Samuel me pega un pellizco en el
trasero.
-¡Auch!-
grito. Todo el mundo se da la vuelta para mirarme. Los de la mesa del fondo se
ríen. Todos menos Álvaro, que me mira con una expresión curiosa en la cara.
¡Voy a matar a Samuel! Me coge de la mano y me arrastra hacia la mesa.
-Guau,
Gabriela, menudo cambio de look. ¿Ahora de qué vas, de gótica resultona?- dice
Álvaro. Camile está sentada a su lado y me está mirando con cara de espanto.
Supongo que esto no es algo que ella se pondría. Le van más los vestidos
vaporosos y cosas así.
-No,
voy de la que le va a pegar una paliza al próximo que se le ocurra hacer otro
comentario sobre mi vestimenta.- le respondo, cortante. Miro hacia el chico,
que también lleva un traje de agente especial. Tiene aspecto de enfermizo, pero
en sus ojos hay un brillo que le da un toque especial de vivacidad a su rostro.
-Hola,
yo soy Francesco. Encantado.- me tiende la mano y le devuelvo el apretón.- Por
lo visto nos vamos de misión, ¿Verdad? Debo decir que no me apetece lo más
mínimo.-dice con una sonrisa amable. Yo se la devuelvo.
-Francesco
es un genio de la informática. Él se va a encargar de todo el tema de la base
de datos.-me explica Samuel.- Ahora, será mejor que nos marchemos. George,
Fred, John, ¿Podríais venir vosotros también? Así nos ayudáis un poco con el
entrenamiento, que estamos un poco perdidos.
-Claro.
Quiero ver a la chica dura cómo se las apaña.-dice John. George y Fred asienten
con la cabeza y sonríen burlones. Pongo los ojos en blanco.
Salimos
afuera y llegamos a un descampado. Alguien ha traído cosas: cuchillos, arcos,
lanzas, muñecos de trapo y algunos contenedores de agua. Presiento que va a ser
un día agotador. En el centro están los tres adultos que hablaban con Samuel el
día en el que llegué. Supongo que esos son los jefes a los que se refería. Uno
se parece enormemente a Francesco, las mismas facciones angulosas y el mismo
pelo castaño (en el caso del hombre con canas) por lo que asumo que debe de ser
su padre. El otro hombre está calvo, y tiene que andar con un bastón, pero da
una impresión de majestuosidad que puedo notar hasta yo. La mujer, más joven,
con el pelo rojizo cortado por la barbilla, tiene una expresión que clasifico
como fría y calculadora. Nos acercamos a ellos, que empiezan a hablar.
-Sí,
como yo pensaba.-decía la mujer.- La chica promete. Desde el día en que la vi
preparada para atacar con un trozo de vaso roto como única arma supe que esta chica
iba a dar guerra.
-Dinos,
¿Es verdad que tú sola dejaste inconsciente a dos agentes?-pregunta el que se
parece a Francesco.
-Sí,
pero se habían quedado sin munición.-musito.
-Tendremos
que arreglar un poco tu pelo, a ver si lo podemos cortar de tal manera que no
se note que tienes cada ojo de un color distinto.-dice la mujer mientras coge
un mechón de mi pelo y me lo coloca enfrente de mi ojo izquierdo, el de color verde.
Hace
mucho calor. Y la ropa negra tampoco ayuda. Me dejan quitarme la cazadora, pero
aun así tengo que ir a beber agua unas cuantas veces. Los tres jefes se han
sentado a la sombra de un árbol y presencian nuestro entrenamiento. George
enseña tiro con arco, a usar los cuchillos y las lanzas, Fred enseña técnicas
para el cuerpo a cuerpo y John a trepar, y nos vamos rotando cada media hora o
así. No me han contado mucho del plan, pero lo que he entendido es algo así:
Dentro
de dos semanas, por la noche, iremos a la base. Francesco desconectará las
cámaras de seguridad, para que luego podamos entrar por un respiradero y
descender por una cuerda, al más puro estilo película mala de robos en museos.
La habitación está justo en el centro y siempre hay dos agentes vigilándola por
fuera. Si nos descubren, Samuel y yo nos encargaremos de ellos mientras
Francesco hace su trabajo. Luego subiremos otra vez por la cuerda y nos iremos por donde hemos venido. No es
tan difícil. Me costaba comprender por qué debemos ir Samuel y yo, y no otro
más cualificado, así que lo pregunté. Me dijeron que es porque Samuel es
perfecto y puede hacerse pasar por un agente especial, y yo soy lo bastante
rápida y escurridiza como para escapar de allí antes que nadie en cuanto la
cosa se torciera, para avisar a los demás. En cuanto a lo de Francesco, es
evidente: él es el mejor cuando se trata de ordenadores, exceptuando a su
padre, claro, el que le ha enseñado todo, incluso diseñó y construyó un
ordenador con restos del vertedero, pero él ya no está para misiones. Francesco
me cuenta que Samuel se negó rotundamente en un principio a que yo fuese, pero
le amenazaron con dejarlo fuera y acabó
cediendo.
Me
toca primero con John. Primero practicamos con un árbol. No soy mala del todo
trepando. Al principio me muestro un poco torpe, pero mejoro con rapidez. John
ata una cuerda a la rama más alta y me dice que trepe por ahí.
-Ni
en broma puedo yo trepar por ahí.-le digo, pero termina convenciéndome de que
lo haga.
Me
caigo de culo las tres primeras veces y Samuel se ríe de mí más de lo normal.
Claro, como a él le ha tocado primero lo de los cuchillos y se le da tan bien…
acabo picándome y, de tanto empeño, los siguientes cuatro intentos me salen
bordados. A Francesco la lucha cuerpo a cuerpo no se le da nada bien, se nota
que lo suyo es el ejercicio de la mente, no del cuerpo. Como quedan cinco minutos para cambiar de
puesto, John me hace que haga como los bomberos: subir por la cuerda con las
piernas formando un ángulo de 90 grados con el torso. Luego me enseña a caer
bien desde una gran altura, de manera que no me parta una pierna. Cuando toca
cambiar, ya lo domino.
En
el siguiente puesto me va mejor. Es combate cuerpo a cuerpo, lo mío, como decía
Carolina.
-Según
me han dicho, se te da bien esto. Enséñame lo que sabes.-me dice Fred. Todos
dejan el entrenamiento para mirar. Incluso los jefes me miran muy atentamente.
“Es hora de lucirse” me digo. Le hago un gesto a Fred como para que venga a por
mí. Es muy grande y fuerte, lo que me da cierta ventaja. Los tipos grandotes
suelen ser menos ágiles. Durante un rato, me divierto viéndolo ir a por mí y
luego desapareciendo en cuestión de segundos. Fred lanza un montón de insultos
y yo me parto de la risa. Cuando me canso, me escurro por debajo de sus piernas
y le hago la zancadilla. Fred se cae y yo me pongo encima.
-¡Gané!-grito.
Todos me aplauden mientras ayudo a Fred a levantarse, que me mira con
admiración. Me enseña a ponerme en
posición, para poder pegar puñetazos más rápido.
El
siguiente turno se me da de pena. No doy ni una con los cuchillos, y consigo
exasperar a George. Me consuelo viendo a Samuel luchando con Fred, que no para
de gritarle “¡Vigila tu espalda! ¿No ves que por ahí también te pueden matar?” y
a Francesco cayéndose una y otra vez del árbol. Al final George me enseña un
truco, que consiste en echarse hacia adelante cuando vas a lanzar, y entonces le
puedo dar al maldito muñeco en una pierna, a pesar de que yo quería darle en la
cabeza. Por algo se empieza.
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