Pablo
me despierta al darme una patada en la espalda, soñando. Aquí es difícil de
saber, ya que no entra luz natural, pero creo que ya es tarde: sólo los gemelos
y yo seguimos durmiendo. Incluso han sacado a Lourdes de la habitación. Me
pregunto si estarán preparando mi cumpleaños. Salgo de la habitación a
hurtadillas y me meto en el vestidor para ponerme la ropa. Cuando llego, los
gemelos siguen dormidos plácidamente. Incluso han rodado y ocupado mi lado de
la cama. Habrá que despertarlos. Hoy tienen turno de cocina. Yo tengo el día
libre. Bueno, “libre”, ya que hoy hay doble sesión de entrenamiento.
-Pablo,
Carlos, despertad. Ya es tarde.- digo, zarandeándolos un poco. Carlos se
despierta enseguida, Pablo tarda un poco más.- ¡Pablo! Venga ya, gandul. Hoy os
toca turno de mediodía en la cocina.
Carlos
le tira de la oreja y se lo lleva al vestidor. Yo les espero en la puerta.
Carlos parece querer decirme algo, pero Pablo le da un codazo en la tripa y no
dice nada. Vamos a la cocina en silencio. Al llegar, no hay nadie, solamente
Hannah, que está esperando a Carlos y a Pablo.
-¡Niños!
¡Hace rato que se ha terminado el desayuno! Ya había empezado a preparar el
almuerzo. Gabriela, guapa, gracias por traérmelos. Son tan vagos estos niños de
hoy en día…- dice Hannah. En cierto modo, me recuerda a mi madre. Quiero decir,
no en el físico, si no en su forma de hablar. Yo no me parezco mucho a mi madre
físicamente, ni tampoco a mi padre. Según me dijeron, me parezco a mi abuela
materna, que murió antes de que yo naciese. Una pena, me hubiera gustado
conocerla. En fin, todo tiene solución menos la muerte, como decía mi madre.
Ella era muy de refranes populares. Siempre es en mis cumpleaños cuando más me
acuerdo de mi familia, no puedo evitarlo.
-Adiós,
volveré luego a comer. Preparad algo rico.-les digo a Hannah, Carlos y Pablo,
mientras salgo de la cocina.
En
cierto modo, me alegro de que me hayan dejado sola. Es un alivio. Así puedo
lamentarme en silencio a gusto, sin tener que poner buena cara por los demás.
Voy otra vez al lago de la otra noche. Me gusta estar rodeada de agua, no puedo
evitarlo. Me tranquiliza un poco ver al río fluir, tan tranquilo, sin que nada
ni nadie le importe. Intento hacer lo mismo, dejar fluir mis sentimientos,
llevarlos a otro lugar. Funciona en parte. Siento nostalgia. Recuerdo mis
cumpleaños de cuando era pequeña. Mis
padres solían comprarme una tarta enorme, de chocolate, mi favorita. Invitaban
a mis amigos, que de pequeña eran más que cuando crecí y empezaron a insultarme,
a un parque de juegos, con piscina de bolas incluida. Hacían millones de vídeos
y fotos. Nunca me han gustado las fotos ni los vídeos. No podía evitarlo. Dejo
los recuerdos a un lado e intento entretenerme en algo. Me dedico a afinar mi
puntería, tirando piedras a un pequeño quejigo que hay al otro lado del río.
Lanzo veinte, treinta piedras y nada. No consigo darle. Lo dejo, soy una
inútil. Me acuerdo de que todavía tengo la PDA metida en el bolsillo. Me
entrego alegremente a la tarea de hacerles un perfil a los dos chicos de negro
que me encontré. Como no sé sus nombres les pondré “agente especial desconocido
1” y “agente especial desconocido 2”
Agente especial desconocido 1.
Especialidad en el combate: desconocida, aunque es muy fuerte y rápido.
Pelo rubio y ojos marrones, metro
sesenta y pico más o menos. Parece tener un cargo especial. Hay que tener
cuidado con él, me da la impresión de que es bastante más listo que los demás.
Visto por última vez en el acantilado cerca del antiguo campamento imperfecto
destruido, junto al agente especial desconocido 2 (Ver perfil).
Agente especial desconocido 2.
Especialidad en el combate: desconocida.
Pelo marrón y ojos del mismo color.
Más de metro noventa. Corpulento, con mucha masa muscular. Parecía más
inofensivo, por su carácter burlón, que su compañero, el agente especial
desconocido 1 (Ver perfil). Visto por última vez en el acantilado cerca del
antiguo campamento imperfecto destruido.
Ya
no sé más sobre ellos. Me aburro. ¡Ya sé! Voy a nadar un poco en el río. Me
quedo en ropa interior y me meto en el río. No es muy profundo, el agua me
llega a las axilas, pero se puede nadar perfectamente. Doy unas cuantas
brazadas a contracorriente. Siento como el agua relaja mis músculos
agarrotados. Lo necesitaba. Buceo un poco y descubro un banco de truchas un
poco más arriba. A Hannah le van a encantar. Consigo pescar cinco con mis
propias manos, y las pongo en la orilla. Fabrico una cestita con unas ramas
bastante resistentes que hay. Meto los peces allí y me baño otra vez. Pienso en
ir a almorzar, pero no tengo hambre. Ni siquiera he desayunado, pero estoy
desganada. Me obligo a comer unas moras que hay en un matorral al lado de la
cesta de los peces y vuelvo a nadar. De pronto, escucho unos pasos que se
acercan. Es alguien vestido de negro. Salto dentro del río y me escondo detrás
de una piedra.
-¡Gabriela!-
dice la persona vestida de negro. No puedo verle bien, el sol me da en los
ojos.- ¡Gabriela! ¡Vamos a llegar tarde al entrenamiento!- ¡Ah! ¡Si es
Francesco! Qué tonta, creía que era un chico de negro. Salgo de detrás de la
piedra y nado hacia él.- Venga, sirenita de agua dulce, que hoy hay
entrenamiento doble.
-Espera,
deja que me seque.-le digo. Él se encoje de hombros mientras yo salgo del agua
y me pongo encima de una piedra que está muy caliente por el sol. En cuestión
de minutos estoy seca, y me pongo la ropa. Noto que Francesco está muy callado.
¿También estará metido en el ajo? No me resulta difícil creerlo. Francesco me
acompaña hasta la puerta de la habitación.
-Bueno,
ponte tu uniforme, que te esperamos en donde siempre.-dice, y se va. Me encojo
de hombros y entro en la habitación a por el uniforme. Al entrar, a pesar de la
poca luz, me doy cuenta de que hay alguien. Son Camile y Álvaro. Y se están
dando el lote en una cama. Vaya, pues sí que van rápido estos dos. He tenido
suerte, me digo. Gracias a Dios, tienen la ropa puesta. Todavía. Salgo de la
habitación con intención de huir muy disimuladamente, pero me tropiezo y me
caigo. Ellos se apartan avergonzados.
-Eh,
esto… venía a por…a por… el uniforme de lucha, sí.- muy sonrojada, cojo la
mochila de debajo de la cama y salgo a toda mecha de la habitación. En el
vestidor, me vuelvo más torpe de lo normal, que ya es decir mucho.
En
fin, esto es lo que yo quería que sucediese. ¿O no? Sí, quiero a Samuel más que
a nadie, y también quiero que Álvaro encuentre a su alma gemela. Entonces, ¿Por
qué siento esta angustia? Supongo que siento cierta nostalgia. No tengo
derecho, lo sé. Pero espero que esta sensación desaparezca con el tiempo.
Cuando
llego, ya están todos allí. Están colocando cosas. Cerca del lugar en donde
están los jefes hay seis bidones de más o menos un metro de altura puestos en
zigzag. Más hacia mí, hay otros seis bidones con tablas de madera encima. Hay
neumáticos viejos colocados de aquí para allá, una especie de red entre dos
árboles y unos trozos de madera colocados en forma de vallas. También hay un
palo enorme y otra valla un poco más alta que las otras, y un espacio en el que
hay un montón de sacos atados a cuerdas. Hay una línea pintada en el suelo en
la que pone “meta”. Sonrío. Parece que me va a gustar el entrenamiento de hoy,
aunque sea doble. Nadie de aquí, a no ser que los agentes del gobierno tengan
esa clase de información, sabe que gané unos cuantos campeonatos de atletismo.
Concretamente, la carrera de salto de valla es mi especialidad. Ni siquiera
Álvaro. Lo demás no puede ser tan difícil, digo yo. Samuel y Francesco miran
con cara de disgusto hacia las pruebas, mientras que George, que es el único de
los entrenadores que ha venido hoy, les habla y les va señalando prueba por
prueba.
Me
acerco y George, Francesco y Samuel me miran, extrañados por mi sonrisa. Ponen
cara de póker. Se les nota mucho que ocultan algo. Le doy un gran abrazo a
George y a Francesco y a Samuel le reservo un beso. Él me lo devuelve con
pasión, pero, al haber gente alrededor, nos separamos antes de lo que
hubiésemos deseado. ¿Qué habrán tramado? Sé que van a hacer algo, yo misma les
escuché anoche, pero no sé el qué. Estoy nerviosa.
-¡Qué
feliz está Gabriela hoy!- dice George.- ¿Por qué será?
-He
estado nadando un poco antes de venir y estoy como nueva.- Bueno, eso es
verdad. No estoy feliz por eso, pero sí que me ha sentado bien el baño. Debería
hacerlo más a menudo. También es un buen entrenamiento, ya que tonifica
espalda, brazos y piernas.
-Está
hecha toda una sirena.- dice Francesco.- No sabéis lo que me costó sacarla del
agua.- Le saco la lengua y agito el pelo, que todavía está mojado, para
salpicarle. Se echa hacia atrás como si el agua fuese veneno.- Pero se te
quitará toda la alegría, ya verás, cuando George te explique lo que vamos a
hacer hoy.
-En
realidad no es tan duro, Francesco. Exageras.- George parece cansado.- Sólo
vamos a ver cómo estáis de agilidad cronometrándoos mientras hacéis esto.
Tenemos una semana y poco más antes de que vayáis a donde ya sabéis. Y, quien
sabe, si esto sale bien, a lo mejor entrenamos a más gente, por si las moscas.
Por eso queremos saber si, en caso de que os descubriesen, cuántas
posibilidades tendríais de iros “por patas”. Gabriela, seguro que a ti te sale
bien. Puedes ser muy difícil de atrapar. Fred lo sabe bien.- risas, tanto por
parte de George como de los demás, incluso de los jefes, que no estaban tan
lejos como pensaba.- Por eso hoy lo te he puesto difícil, muy difícil. Luego
seguiremos entrenando para conseguir mejores tiempos.
-Sí,
claro. Como ella es buena en esto, nosotros tenemos que sufrir.- dice Samuel,
haciendo un mohín.
-¡Oh,
venga, Principito! No me vengas con ñoñerías. No quiero un novio quejica.- me
quejo.
-Hacía
ya tiempo que no me llamabas así, Erre.- me dice, dándome un golpecito con el
índice en la punta de la nariz.
-¡Seamos
serios, por favor, que estamos entrenando!- nos regaña George.- A ver, Gabriela,
te explico. Bartolomé controlará el tiempo. Tu PDA tiene cronómetro, ¿Verdad?
Creo que una vez me lo dijiste.- Asiento con la cabeza. Sí, mi PDA tiene
cronómetro. Pero no recuerdo habérselo dicho. Seguramente habrá estado
trasteando la PDA cuando yo estaba buscándoles.- Bueno, empezaréis allí, donde
los bidones. Correréis en zigzag guiándoos por ellos. Subiréis a las tablas y
caminaréis por ellas. Si os caéis, empezáis de nuevo. Corréis por los
neumáticos y llegáis saltando las vallas a donde está la red. Trepáis por un
lado y bajáis por el otro. Hacéis un sprint hacia donde está el salto con
pértiga. Si veis que no vais a poder, os saltáis eso, ya lo entrenaremos luego.
Ebba, -supongo que se refiere a la pelirroja- Benito y yo os tiraremos los
sacos y tendréis que esquivarlos. Si os damos, empezáis de nuevo. Bueno, como
se suele decir en estos casos, las damas primero.
Le
doy mi PDA a Bartolomé y me coloco en la línea de salida. Hago unos cuantos
estiramientos, como los que hacía antes de competir. Es una sensación agradable
desentumecer los músculos después de tanto tiempo. Le hago una señal a
Bartolomé y éste dice:
-Preparados,
listos, ¡Ya!- Salgo como una flecha, casi rozando los barriles por milímetros.
Subo
a los barriles con cierto trabajo, se nota que en estos años he descuidado mi
entrenamiento. Bastante tenía con intentar mantenerme viva. Al saltar las
vallas vuelvo a sentir nostalgia. La sensación de velocidad, con el pelo
ondeando al viento me trae muchos recuerdos. Mi mente evoca los aplausos, los
vítores de aquella época. La niña de los ojos raros servía para algo. Esa era
la única manera que tenía para poder sentir que podía llegar a brillar. Pero
qué tonta he sido… Aguanto las lágrimas mientras trepo y salto de la red. No
está muy alto. Así ahorro tiempo. Hago un sprint hasta la pértiga. Cojo
carrerilla y salto. Caigo en unos edredones que han puesto para amortiguar la
caída. Me levanto como una flecha y voy a donde los sacos. Antes de que los
hayan soltado ya he pasado yo. Llego a la meta jadeando.
-Muy
bien, Gabriela. Once segundos treinta y ocho. Enhorabuena.- dice Bartolomé.
Samuel corre a felicitarme con un abrazo. Me da “el beso de la victoria”, lo
llama él. Francesco hace como que vomita.
-¡Venga!-
le dice a Samuel arrastrándolo hasta la meta.- Te toca.
Bartolomé
le da la salida y sale corriendo hacia los barriles. No lo hace nada mal. El
sprint lo hace demasiado lento, recuperando el aliento. Ha perdido demasiado
tiempo en eso. Hace dos intentos con la pértiga, pero al final lo consigue.
Grita “¡Soy el rey del mundo!” cuando está arriba del todo. Más tiempo perdido.
Se ríe cuando cae. Ebba está a punto de
darle con el saco, pero lo esquiva de milagro. Llega a la meta jadeando
también, como yo. Corro a abrazarlo y a darle un poco de agua que me ha dado
Bartolomé. Se la echa por encima.
-Diecinueve
segundos ochenta y nueve. Samuel, tómatelo en serio o, si te atrapan, no
vivirás para contarlo.-dice Bartolomé. Samuel se limita a encogerse de hombros.
Francesco
tiene más problemas. Se cae unas cuantas veces de la tabla de madera, está a
punto de pedir ayuda para bajar de la red y decide saltarse el salto de
pértiga. Aun así, llega empapado en sudor.
-Veinticinco
segundos doce, Francesco. Tienes que entrenar bastante.- se limita a decir
Bartolomé. Los demás se reúnen con nosotros para comentar los resultados.
-Gabriela,
esperaba que lo hicieses bien, pero te has pasado. Samuel, lo has hecho
bastante bien. Mucho mejor que yo la primera vez que hice una prueba de este
tipo en la academia. Francesco… tú mejor quédate media hora más para entrenar
un poco más.- Francesco, que todavía no puede ni hablar, se lleva las manos a
la cabeza.
-Gabriela,
todavía falta un rato para la cena. ¿Por qué no vamos a nadar un poco? Así nos
quitamos de encima todo este sudor.- propone Samuel.
-¡Sí,
por favor! Me siento asquerosa. Además, verás que bien te sienta el baño.- le
digo, entusiasmada.
-Cuidado,
Gabriela, a ver si te van a salir escamas.- dice Francesco, poniéndose en la
línea de salida. George promete llevarme la PDA después.
No hay comentarios:
Publicar un comentario