sábado, 13 de octubre de 2012

Capítulo 33: El mensaje



Me paro nerviosa, delante de la sala. Leonor me mira con suspicacia.
-¿Estás segura de que quieres hacerlo?-  Veo que duda un poco de la decisión de ceder y llevarme delante de aquellos chicos de negro.
-No.-respondo.- Debo hacerlo. Si no, no hablarán.- le digo con seguridad. No puedo permitirme flaquear. Ya me he enfrentado dos veces contra ellos, y les he ganado. Aunque las dos veces han sido cosa de la suerte. Un escalofrío me recorre. Las dos veces en las que me enfrenté a ellos no tuve miedo. ¿Por qué ahora sí? Puede que haya sido cosa de la adrenalina. Tampoco es que vayan a comerme. Les han quitado todas las armas y están atados.
Además, John y Fred van a estar conmigo. Leonor los ha traído para que me escolten. Comprendo que dan un poco de miedito. Respiro hondo y les miro. Tienen los brazos cruzados sobre el pecho, lo que hace que parezcan más musculosos. Son como dos armarios empotrados. Eso me relaja un poco. Ya estoy lista. Cuando quieran, podemos entrar. Ellos me sonríen como para darme ánimos. La sala es tan oscura como las demás, pero también tiene antorchas. En la oscuridad dan más miedo.
-¡Hola, preciosa!- dice Kyou en cuanto me ve. Tom sonríe.
-Qué lástima, hoy vienes vestida decentemente.-dice. Me muerdo el labio.
-¿Qué queréis de mí?- les pregunto, aterrada. Sé que no pueden hacerme daño, pero aún así… son máquinas de matar entrenadas por el gobierno.
-¿A parte de lo que tú ya sabes?- pregunta Tom burlón.- Queremos darte un mensaje.- dice. ¿Un mensaje? ¿De quién? ¿Para mí? Me temo lo peor. A lo mejor es una táctica para ganar tiempo, como la mía. No, no lo creo.
-Pues dádmelo de una vez. No tengo todo el día.-les digo escondiendo mi miedo y haciéndome la dura. Si ellos pueden hacerse los duros graciosillos aquí atados y atrapados, sin saber qué vamos a hacer con ellos, yo puedo simular que todo me resbala
-Oh, la gatita tiene garras, ¿Eh?- dice Kyou.- Tengo un mensaje de Ana para ti.
Me quedo boquiabierta y ellos dos se ríen. ¿Un mensaje de Ana? Pero… pero… ¡No puede ser! Bueno, como poder… están en el mismo bando. Pero, ¿Estos dos han venido sólo para darme un mensaje de la hermana de mi novio? Novio… ya no sé ni lo que somos Samuel y yo. ¡Samuel! Él debe escucharlo. Pero primero lo voy a escuchar yo. No quiero que sufra más de la cuenta, aunque me haya hecho sufrir a mí. Él quería mucho a su hermana. Me acerco a Kyou con expresión seria.  Saco un cuchillo de mi mochila, que aún llevo encima. Le coloco el cuchillo debajo del mentón.
-Habla.- le digo enfurecida. Él se ríe y yo aumento la presión del cuchillo en su cuello. Tom parece divertido también. John y Fred me alejan de Kyou y me quitan el cuchillo, preocupados.
-¿Quién es Ana?- pregunta John. Kyou se ríe. Tom toma la palabra, ya que yo sigo mirando a Kyou encolerizada, esperando la respuesta.
-Es la hermana del perfecto.- responde.  Voy a darle un bofetón, pero Fred me sujeta.
-¡Abre la boca de una vez, cabrón!- le grito a Kyou. Todos esperamos a que hable.
-Quería decirte que ella misma se encargará de mataros, nos hizo prometer que os llevaríamos a ti, a Samuel y a Álvaro a ella en cuanto matásemos a todos los demás.- dice molesto. Se ve que no le gusta la idea de no poder matarnos.- También quería preguntarte si Samuel ha conseguido romperte el corazón ya. Por lo visto está hecho todo un ligón.-dice riéndose. Me quedo atónita. ¿Samuel? ¿Un ligón? ¡Venga ya! Pero… yo estoy enamorada de él. Y Lourdes también. Abro mucho los ojos. A lo mejor yo sólo soy una más de su larga lista. Ahora lo veo todo claro. ¡Ya se ha cansado de mí, por eso se comporta así conmigo! No puedo evitarlo y me cae una lágrima solitaria que recorre mi cara en cuestión de segundos. Me la enjuago y respiro hondo unas cuantas veces.
-Fred, suéltame, por favor.- le digo intentando parecer serena, pero se me quiebra la voz en el “por favor”. Me hace caso. Voy hacia Tom, que sigue riéndose y le doy un bofetón. Me mira iracundo. Esto no se le va a olvidar tan fácilmente. Me voy de la habitación, ya llorando desconsoladamente. Me encuentro con Samuel por el camino.
-¿Gabriela?- dice, sorprendido.- ¿Estás llorando?- dice apartando las manos de mi cara. Parece furioso.- ¿Has estado con ellos, a que sí? ¿Por qué no me avisaste? ¿Qué te han hecho? Te juro que voy a matarles.- ¡Mentiroso! ¡Cómo si le importase lo más mínimo!
-¡Te odio!- le grito. Parece que le han dolido esas dos palabras. Me marcho corriendo, sin mirar atrás, pero noto como Samuel se debate entre venir detrás de mí o hacia la celda de los agentes. La velocidad con la que corro le hace abandonar la idea de seguirme.
Una vez en la entrada me detengo. ¿A dónde voy? No puedo ir a la habitación, estarán todos allí. ¿Voy otra vez a la enfermería? No, mejor no, despertaría a Carlos con mi llanto. Antes iba al lago, pero me trae muchos recuerdos de Samuel. Decido ir al descampado de entrenamiento. El ejercicio me vendrá bien para despejarme. Corro hacia allí con un trote suave. Ya estoy más calmada. Coloco un muñeco de paja contra un árbol y cojo un cinturón con muchos cuchillos. Imagino que el muñeco es Ana.
-¡Te odio!- grito y le tiro un cuchillo. Le doy justo en el corazón. Respiro entrecortadamente de rabia.  Tiro otro cuchillo. Esta vez imagino que el muñeco es Víctor. ¡A él le odio también! ¿Qué es lo que me pasa que los chicos sólo juegan conmigo?
A lo mejor es culpa mía. A lo mejor es que no merezco que nadie me quiera. ¿Quién me va a querer, si soy imperfecta? Miro el cuchillo que sostengo. Me lo acerco al brazo. Por un instante, pienso en acabar con mi sufrimiento. ¿Qué estoy haciendo? ¡No! Tiro el cuchillo al suelo. ¡He estado a punto de suicidarme! ¿Pero qué me pasa? ¡Estoy obsesionada con Samuel! Me tiro al suelo. Para colmo empieza a llover.
Me gusta esta sensación cuando parece que el mundo se moldea según mi estado de ánimo. Me hace sentir menos… sola. Me agazapo. Estoy mojada y hace frío. Tirito. Pero no puedo volver. Debo ordenar mis sentimientos antes de volver. ¿Qué voy  a hacer con Samuel? Debo alejarme de él, no hay más alternativa. Seguramente me sentiré morir, pero prefiero eso antes de que me haga más daño. Sí, eso haré. Voy a ignorarle. Yo no soy un ligue cualquiera. No señor. Tengo mi dignidad.
Han pasado como dos horas. Por lo menos ya no estoy llorando. Algo es algo. Alguien viene hacia donde estoy. Es George. Giro la cabeza para el otro lado. No estoy para charlas. Él se sienta obstinado delante de mí. ¿Pero qué hace? ¡Se va a mojar! Bueno, si se resfría no es culpa mía. Yo no le he dicho que venga. A veces lo único que te apetece es disponer de un poco de tiempo a solas para la autocompasión y para pensar.
-No pienso moverme de aquí hasta que tú también lo hagas.-anuncia, el muy cabezota. Le miro desafiante y pongo la cabeza entre mis piernas, mirando hacia otro lado. Pasan diez minutos y no se va. Va a acabar con un resfriado de narices.- ¿Sabes? Si vamos a la cocina, en donde Hannah,  no nos encontrarán. ¿Quién va a ir a las tantas de la noche a la cocina? Bueno, nosotros, pero es que somos especiales.- constata, con una sonrisa.- Y además, podemos secarnos al lado del horno.- La verdad es que es tentador. Bastante tentador. Estoy empapada. Me acuerdo de una frase de Carolina: “si me escurres, chorreo”. Siento una punzada de dolor al acordarme de ella. Pobre. No merecía morir. Era tan alegre y divertida… seguro que se hubiera llevado muy bien con Helena.
A la media hora o así cedo y me levanto. Él me pasa un brazo por el hombro y vamos juntos a la cocina. A estas horas no hay nadie, por supuesto. Ni siquiera Hannah. Nos colocamos al lado del horno y cogemos unos taburetes para sentarnos. George me mira con compasión. ¿Tanto se me nota que he estado llorando?
-¿Qué haces levantado tan tarde?- le pregunto. Deben de ser más de las tres.
-¿No lo sabes? Leonor vino a por John y Fred para el interrogatorio. Samuel y yo nos ofrecimos, pero dijo que no hacía falta. Sólo cuando vino de nuevo a decirle a Samuel que estaban hablando de su hermana supimos que estabas allí. Ya sabes, él no te hubiera dejado nunca ir con esos desalmados sin él, aún estando enfadado contigo.- ¡Ja! Mentiroso.- A mí también me daba mala espina, así que le acompañé. Te vi salir del refugio. Luego fui a ver a los demás y ya Fred y John me contaron lo ocurrido. Pero, no comprendo… ¿Por qué te molesta lo que dijeron?- me pone furiosa esa última pregunta.
-Me duele saber que yo sólo soy una más en su lista. Un pasatiempo. Él dijo que me quería, y yo le creí. Le he querido como nunca antes había querido a nadie. Y ahora… veo que el comportamiento de estos días se debe a que probablemente ya se ha cansado de mí.- me derrumbo otra vez. Me llevo las manos a la cara para evitar que me vean llorar. Creo que George lo entiende, porque no dice nada más. Va a la habitación a por una manta, que utilizo de toalla. Veo que ya se ha cambiado. Me siento un poco culpable por mantenerle despierto. Parece cansado.
-Será mejor que te cambies. ¿A quién se le ocurre irse a entrenar con la que está cayendo?- se ríe de su propio chiste.- ¿Dónde está tu mochila con tus cosas?- me pregunta al darme la manta.
-Está…. Está en… me la dejé en la celda.- respondo, tartamudeando un poco. Vuelve a irse.
Justo cuando acababa de irse, escucho pasos otra vez. Será George. ¿Tan pronto? Creía que el camino le llevaría veinte minutos como mínimo. Me acerco más al horno. Quiero secarme por completo antes de ponerme otra ropa. El calor del horno de piedra hará que me seque en un momento. Los pasos cesan. Miro hacia la puerta. Lo primero que pienso cuando le veo es: “ese no es George”.
Me levanto y cojo un palo que usan como atizador para el fuego del horno. Todavía está al rojo vivo.  Blandiéndolo como si fuese una espada, me subo en la barra que Hannah usa como encimera. Sé que no tengo ninguna posibilidad yo sola contra los dos, así que intento ganar un poco de tiempo para que venga George. ¡Un momento! Si George iba hacia allí y ellos están aquí, significa que se han encontrado. Y si ellos han podido venir, eso significa… ¡Oh, Dios mío, George! Se acercan a mí, y yo cada vez voy más hacia atrás, hasta que no puedo más o me caigo de la barra. Ellos se ríen. Pero, ¿Les dejaron ahí solos, sin vigilancia? ¿O han acabado también con el o los vigilantes?
-¿Qué dices, Kyou? Es verdad que le prometimos a Ana que se la dejaríamos a ella, pero mientras que no la matemos…- dice Tom con una sonrisa sádica.
-Le tengo ganas a esta pequeñaja.- se limita a decir, esbozando una sonrisa burlona y haciéndose crujir los nudillos. Parecen una panda de mafiosos.
-¿Qué habéis hecho con George?- pregunto con voz temblorosa.
-¿Te refieres al chico alto de ojos verdes? Digamos que… no va a poder venir en tu ayuda, bonita.- asegura Tom. Miro alrededor en busca de un sitio por el que poder escapar. Al terminar mi análisis de las circunstancias, lo veo todo negro. Sólo hay una salida: la puerta. Pero ellos la están bloqueando. ¡No! También está la claraboya. Sonrío para mis adentros. Me bajo de la barra y ellos me miran asombrados. Me preparo para apuntar. Tendré que darle al centro, esconderme rápido debajo de la barra para no cortarme con los cristales cuando caigan  y luego volver a subirme en ella para saltar hacia lo más alto de la pared, agarrarme a ella y salir afuera. Si sólo consiguiera que se colocasen debajo de la claraboya, a lo mejor podría hacerles un poco de daño.
-¿Qué pasa? ¿Me tenéis miedo?- me río.- Ya os gané en dos ocasiones, y pienso volver a hacerlo.- les hago un gesto para que se acerquen. Funciona más rápido de lo que esperaba. En cuanto se acercan lo suficiente, tiro el palo como George me enseñó. No le doy al centro, pero casi. Funciona igual. Me escondo rápido debajo de la mesa hasta que oigo caer los cristales, y entonces salgo. Consigo llegar al techo más rápido de lo que esperaba. Pero, justo cuando voy a saltar afuera a una gran piedra con aspecto de ser sólida, escucho a Samuel, que entra en la cocina.
-¡Gabriela!-grita desesperado al no encontrarme.- ¿Dónde está Gabriela?

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