Me paro nerviosa, delante de la sala. Leonor me mira con
suspicacia.
-¿Estás segura de que quieres hacerlo?- Veo que duda un poco de la decisión de ceder
y llevarme delante de aquellos chicos de negro.
-No.-respondo.- Debo hacerlo. Si no, no hablarán.- le digo
con seguridad. No puedo permitirme flaquear. Ya me he enfrentado dos veces
contra ellos, y les he ganado. Aunque las dos veces han sido cosa de la suerte.
Un escalofrío me recorre. Las dos veces en las que me enfrenté a ellos no tuve
miedo. ¿Por qué ahora sí? Puede que haya sido cosa de la adrenalina. Tampoco es
que vayan a comerme. Les han quitado todas las armas y están atados.
Además, John y Fred van a estar conmigo. Leonor los ha traído
para que me escolten. Comprendo que dan un poco de miedito. Respiro hondo y les
miro. Tienen los brazos cruzados sobre el pecho, lo que hace que parezcan más
musculosos. Son como dos armarios empotrados. Eso me relaja un poco. Ya estoy lista.
Cuando quieran, podemos entrar. Ellos me sonríen como para darme ánimos. La
sala es tan oscura como las demás, pero también tiene antorchas. En la
oscuridad dan más miedo.
-¡Hola, preciosa!- dice Kyou en cuanto me ve. Tom sonríe.
-Qué lástima, hoy vienes vestida decentemente.-dice. Me
muerdo el labio.
-¿Qué queréis de mí?- les pregunto, aterrada. Sé que no
pueden hacerme daño, pero aún así… son máquinas de matar entrenadas por el
gobierno.
-¿A parte de lo que tú ya sabes?- pregunta Tom burlón.- Queremos
darte un mensaje.- dice. ¿Un mensaje? ¿De quién? ¿Para mí? Me temo lo peor. A
lo mejor es una táctica para ganar tiempo, como la mía. No, no lo creo.
-Pues dádmelo de una vez. No tengo todo el día.-les digo
escondiendo mi miedo y haciéndome la dura. Si ellos pueden hacerse los duros
graciosillos aquí atados y atrapados, sin saber qué vamos a hacer con ellos, yo
puedo simular que todo me resbala
-Oh, la gatita tiene garras, ¿Eh?- dice Kyou.- Tengo un
mensaje de Ana para ti.
Me quedo boquiabierta y ellos dos se ríen. ¿Un mensaje de
Ana? Pero… pero… ¡No puede ser! Bueno, como poder… están en el mismo bando.
Pero, ¿Estos dos han venido sólo para darme un mensaje de la hermana de mi
novio? Novio… ya no sé ni lo que somos Samuel y yo. ¡Samuel! Él debe
escucharlo. Pero primero lo voy a escuchar yo. No quiero que sufra más de la
cuenta, aunque me haya hecho sufrir a mí. Él quería mucho a su hermana. Me
acerco a Kyou con expresión seria. Saco
un cuchillo de mi mochila, que aún llevo encima. Le coloco el cuchillo debajo
del mentón.
-Habla.- le digo enfurecida. Él se ríe y yo aumento la
presión del cuchillo en su cuello. Tom parece divertido también. John y Fred me
alejan de Kyou y me quitan el cuchillo, preocupados.
-¿Quién es Ana?- pregunta John. Kyou se ríe. Tom toma la
palabra, ya que yo sigo mirando a Kyou encolerizada, esperando la respuesta.
-Es la hermana del perfecto.- responde. Voy a darle un bofetón, pero Fred me sujeta.
-¡Abre la boca de una vez, cabrón!- le grito a Kyou. Todos
esperamos a que hable.
-Quería decirte que ella misma se encargará de mataros, nos
hizo prometer que os llevaríamos a ti, a Samuel y a Álvaro a ella en cuanto
matásemos a todos los demás.- dice molesto. Se ve que no le gusta la idea de no
poder matarnos.- También quería preguntarte si Samuel ha conseguido romperte el
corazón ya. Por lo visto está hecho todo un ligón.-dice riéndose. Me quedo
atónita. ¿Samuel? ¿Un ligón? ¡Venga ya! Pero… yo estoy enamorada de él. Y
Lourdes también. Abro mucho los ojos. A lo mejor yo sólo soy una más de su
larga lista. Ahora lo veo todo claro. ¡Ya se ha cansado de mí, por eso se
comporta así conmigo! No puedo evitarlo y me cae una lágrima solitaria que
recorre mi cara en cuestión de segundos. Me la enjuago y respiro hondo unas
cuantas veces.
-Fred, suéltame, por favor.- le digo intentando parecer
serena, pero se me quiebra la voz en el “por favor”. Me hace caso. Voy hacia
Tom, que sigue riéndose y le doy un bofetón. Me mira iracundo. Esto no se le va
a olvidar tan fácilmente. Me voy de la habitación, ya llorando
desconsoladamente. Me encuentro con Samuel por el camino.
-¿Gabriela?- dice, sorprendido.- ¿Estás llorando?- dice
apartando las manos de mi cara. Parece furioso.- ¿Has estado con ellos, a que
sí? ¿Por qué no me avisaste? ¿Qué te han hecho? Te juro que voy a matarles.-
¡Mentiroso! ¡Cómo si le importase lo más mínimo!
-¡Te odio!- le grito. Parece que le han dolido esas dos
palabras. Me marcho corriendo, sin mirar atrás, pero noto como Samuel se debate
entre venir detrás de mí o hacia la celda de los agentes. La velocidad con la
que corro le hace abandonar la idea de seguirme.
Una vez en la entrada me detengo. ¿A dónde voy? No puedo ir a
la habitación, estarán todos allí. ¿Voy otra vez a la enfermería? No, mejor no,
despertaría a Carlos con mi llanto. Antes iba al lago, pero me trae muchos
recuerdos de Samuel. Decido ir al descampado de entrenamiento. El ejercicio me
vendrá bien para despejarme. Corro hacia allí con un trote suave. Ya estoy más
calmada. Coloco un muñeco de paja contra un árbol y cojo un cinturón con muchos
cuchillos. Imagino que el muñeco es Ana.
-¡Te odio!- grito y le tiro un cuchillo. Le doy justo en el
corazón. Respiro entrecortadamente de rabia. Tiro otro cuchillo. Esta vez imagino que el
muñeco es Víctor. ¡A él le odio también! ¿Qué es lo que me pasa que los chicos
sólo juegan conmigo?
A lo mejor es culpa mía. A lo mejor es que no merezco que
nadie me quiera. ¿Quién me va a querer, si soy imperfecta? Miro el cuchillo que
sostengo. Me lo acerco al brazo. Por un instante, pienso en acabar con mi
sufrimiento. ¿Qué estoy haciendo? ¡No! Tiro el cuchillo al suelo. ¡He estado a
punto de suicidarme! ¿Pero qué me pasa? ¡Estoy obsesionada con Samuel! Me tiro
al suelo. Para colmo empieza a llover.
Me gusta esta sensación cuando parece que el mundo se moldea
según mi estado de ánimo. Me hace sentir menos… sola. Me agazapo. Estoy mojada
y hace frío. Tirito. Pero no puedo volver. Debo ordenar mis sentimientos antes
de volver. ¿Qué voy a hacer con Samuel?
Debo alejarme de él, no hay más alternativa. Seguramente me sentiré morir, pero
prefiero eso antes de que me haga más daño. Sí, eso haré. Voy a ignorarle. Yo
no soy un ligue cualquiera. No señor. Tengo mi dignidad.
Han pasado como dos horas. Por lo menos ya no estoy llorando.
Algo es algo. Alguien viene hacia donde estoy. Es George. Giro la cabeza para
el otro lado. No estoy para charlas. Él se sienta obstinado delante de mí.
¿Pero qué hace? ¡Se va a mojar! Bueno, si se resfría no es culpa mía. Yo no le
he dicho que venga. A veces lo único que te apetece es disponer de un poco de
tiempo a solas para la autocompasión y para pensar.
-No pienso moverme de aquí hasta que tú también lo
hagas.-anuncia, el muy cabezota. Le miro desafiante y pongo la cabeza entre mis
piernas, mirando hacia otro lado. Pasan diez minutos y no se va. Va a acabar
con un resfriado de narices.- ¿Sabes? Si vamos a la cocina, en donde Hannah, no nos encontrarán. ¿Quién va a ir a las
tantas de la noche a la cocina? Bueno, nosotros, pero es que somos especiales.-
constata, con una sonrisa.- Y además, podemos secarnos al lado del horno.- La
verdad es que es tentador. Bastante tentador. Estoy empapada. Me acuerdo de una
frase de Carolina: “si me escurres, chorreo”. Siento una punzada de dolor al
acordarme de ella. Pobre. No merecía morir. Era tan alegre y divertida… seguro
que se hubiera llevado muy bien con Helena.
A la media hora o así cedo y me levanto. Él me pasa un brazo
por el hombro y vamos juntos a la cocina. A estas horas no hay nadie, por
supuesto. Ni siquiera Hannah. Nos colocamos al lado del horno y cogemos unos taburetes
para sentarnos. George me mira con compasión. ¿Tanto se me nota que he estado
llorando?
-¿Qué haces levantado tan tarde?- le pregunto. Deben de ser
más de las tres.
-¿No lo sabes? Leonor vino a por John y Fred para el
interrogatorio. Samuel y yo nos ofrecimos, pero dijo que no hacía falta. Sólo
cuando vino de nuevo a decirle a Samuel que estaban hablando de su hermana
supimos que estabas allí. Ya sabes, él no te hubiera dejado nunca ir con esos
desalmados sin él, aún estando enfadado contigo.- ¡Ja! Mentiroso.- A mí también
me daba mala espina, así que le acompañé. Te vi salir del refugio. Luego fui a
ver a los demás y ya Fred y John me contaron lo ocurrido. Pero, no comprendo…
¿Por qué te molesta lo que dijeron?- me pone furiosa esa última pregunta.
-Me duele saber que yo sólo soy una más en su lista. Un
pasatiempo. Él dijo que me quería, y yo le creí. Le he querido como nunca antes
había querido a nadie. Y ahora… veo que el comportamiento de estos días se debe
a que probablemente ya se ha cansado de mí.- me derrumbo otra vez. Me llevo las
manos a la cara para evitar que me vean llorar. Creo que George lo entiende,
porque no dice nada más. Va a la habitación a por una manta, que utilizo de
toalla. Veo que ya se ha cambiado. Me siento un poco culpable por mantenerle
despierto. Parece cansado.
-Será mejor que te cambies. ¿A quién se le ocurre irse a
entrenar con la que está cayendo?- se ríe de su propio chiste.- ¿Dónde está tu
mochila con tus cosas?- me pregunta al darme la manta.
-Está…. Está en… me la dejé en la celda.- respondo,
tartamudeando un poco. Vuelve a irse.
Justo cuando acababa de irse, escucho pasos otra vez. Será
George. ¿Tan pronto? Creía que el camino le llevaría veinte minutos como
mínimo. Me acerco más al horno. Quiero secarme por completo antes de ponerme
otra ropa. El calor del horno de piedra hará que me seque en un momento. Los
pasos cesan. Miro hacia la puerta. Lo primero que pienso cuando le veo es: “ese
no es George”.
Me levanto y cojo un palo que usan como atizador para el
fuego del horno. Todavía está al rojo vivo. Blandiéndolo como si fuese una espada, me subo
en la barra que Hannah usa como encimera. Sé que no tengo ninguna posibilidad
yo sola contra los dos, así que intento ganar un poco de tiempo para que venga
George. ¡Un momento! Si George iba hacia allí y ellos están aquí, significa que
se han encontrado. Y si ellos han podido venir, eso significa… ¡Oh, Dios mío,
George! Se acercan a mí, y yo cada vez voy más hacia atrás, hasta que no puedo
más o me caigo de la barra. Ellos se ríen. Pero, ¿Les dejaron ahí solos, sin
vigilancia? ¿O han acabado también con el o los vigilantes?
-¿Qué dices, Kyou? Es verdad que le prometimos a Ana que se
la dejaríamos a ella, pero mientras que no la matemos…- dice Tom con una
sonrisa sádica.
-Le tengo ganas a esta pequeñaja.- se limita a decir,
esbozando una sonrisa burlona y haciéndose crujir los nudillos. Parecen una
panda de mafiosos.
-¿Qué habéis hecho con George?- pregunto con voz temblorosa.
-¿Te refieres al chico alto de ojos verdes? Digamos que… no
va a poder venir en tu ayuda, bonita.- asegura Tom. Miro alrededor en busca de
un sitio por el que poder escapar. Al terminar mi análisis de las
circunstancias, lo veo todo negro. Sólo hay una salida: la puerta. Pero ellos
la están bloqueando. ¡No! También está la claraboya. Sonrío para mis adentros.
Me bajo de la barra y ellos me miran asombrados. Me preparo para apuntar.
Tendré que darle al centro, esconderme rápido debajo de la barra para no cortarme
con los cristales cuando caigan y luego
volver a subirme en ella para saltar hacia lo más alto de la pared, agarrarme a
ella y salir afuera. Si sólo consiguiera que se colocasen debajo de la
claraboya, a lo mejor podría hacerles un poco de daño.
-¿Qué pasa? ¿Me tenéis miedo?- me río.- Ya os gané en dos
ocasiones, y pienso volver a hacerlo.- les hago un gesto para que se acerquen.
Funciona más rápido de lo que esperaba. En cuanto se acercan lo suficiente,
tiro el palo como George me enseñó. No le doy al centro, pero casi. Funciona
igual. Me escondo rápido debajo de la mesa hasta que oigo caer los cristales, y
entonces salgo. Consigo llegar al techo más rápido de lo que esperaba. Pero,
justo cuando voy a saltar afuera a una gran piedra con aspecto de ser sólida,
escucho a Samuel, que entra en la cocina.
-¡Gabriela!-grita desesperado al no encontrarme.- ¿Dónde está
Gabriela?
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