Samuel habla con Lourdes del puré del desayuno de hoy, que
nos acaba de traer Hannah. Ella lo mira embobada, y él, como siempre, no para
de hablar ni debajo de agua. Parece que no se da cuenta de que ella está
enamorada de él. ¡Hombres!
A mí ni me mira siquiera. No hablamos desde ayer, cuando nos
peleamos. Samuel hace una gracia, me figuro, porque Lourdes se ríe. Siento
tantos celos que parece que voy a estallar. Samuel sigue riéndose y le pega un
pellizco en la mejilla, regalándole una sonrisa arrebatadora. Lourdes se queda
sin aliento, y yo también. Samuel me mira como diciendo “Para que te enteres” y
sigue haciendo reír a Lourdes. Ella suspira y se coloca el pelo detrás de la
oreja. Pobrecilla. Seguro que no sabe que lo hace para enfadarme. Él le susurra
algo al oído y ella se ruboriza. Ya no puedo más.
¿Quiere jugar? Pues jugaré con él, si quiere. Me desabrocho
un poco la cremallera de mi cazadora negra demasiado ajustada del uniforme, que
todavía no me he quitado, haciendo que se me vea el escote de la blusa de
tirantes que llevo debajo. Estoy a punto de quitarme el collar, pero no lo
hago. Me ahueco un poco el pelo y me lo coloco a un lado. Elijo a mi cómplice.
George está sentado a mi derecha, mirando con cara de asco al puré. Al otro
lado, está Francesco mirando embobado a Samuel y a Lourdes, que ahora están
jugando al calienta manos. Elijo a George, porque tengo más confianza con él.
Bueno, vale, y porque está más bueno y es mayor. Saco pecho y me coloco el pelo
hacia el otro lado, para que Samuel me vea mejor la cara. Y el escote. Empiezo
quejándome del puré.
-No puedo comer más puré de patata. En verdad, nunca me ha
gustado.- le confieso con una sonrisa enorme. Él me la devuelve encantado. Yo
hundo el dedo en el plato y lo miro riéndome. Le miro divertida y le mancho la
nariz con el puré. Vuelvo a reírme. Él se limpia rápidamente la mano, riéndose
también y me mancha mi nariz también. Me la limpio y le miro otra vez
divertida. Él se me acerca para susurrarme algo y yo me sorprendo.
-Esto es por Samuel, ¿Verdad?- me susurra, y, sin esperar
respuesta alguna, sigue hablando.- No creo que sea la mayor manera de
solucionar las cosas.- opina, y se aleja un poco, sin dejar de sonreír. Miro
hacia abajo sonriendo avergonzada. Esta vez soy yo la que le susurra algo al
oído.
-Estoy de acuerdo contigo. Deberíamos hablar. Pero él no
quiere, y yo no quiero quedarme mirando cómo intenta ponerme celosa.
-¿Y por qué lo hace?- pregunta. Yo le miro desconcertada.-
Ah, vale, por lo de los agentes. Pero tú sabes que no tenías otra escapatoria.
Tenías que entretenerlos.- dice, cogiéndome las manos para consolarme, porque
estoy a punto de llorar. Contengo las lágrimas y le miro agradecida.- También
es verdad que podrías haberlo hecho de otra forma,- me riñe, entre risas.- pero
no creo que hubiese dado tan buen resultado. Estás echa una manipuladora, ¿Lo
sabías?- me dice sonriendo travieso. Yo les conté la historia a los vigilantes
cuando nos vieron venir cargando con los chicos de negro, luego a los jefes y al
final a los demás, que estaban ya en la habitación. Pero claro, yo no les
contaba lo de mi pequeña “actuación”, y Francesco la relató en las tres
ocasiones, después de que yo contase casi todo. Samuel le escuchaba ceñudo, y
se enfadaba más cada vez que oía la historia, y más aún cuando todos se reían.
El remate fue cuando Francesco se lo contó a nuestros amigos. Álvaro, por una
vez, se puso del lado de Samuel, diciendo que aquello era denigrante. Miguel
también le dio la razón. Todos los demás se rieron. John dijo que quería
haberlo visto, y Fred se compadeció de los chicos. Inés me dijo que estaba loca
de remate. “¿Qué queríais que hiciera?” Contesté “¡Tenía que distraerlos!”. Me
sentí agradecida porque Carlos estuviese aún en la enfermería, y Pablo
cuidándolo. No me hubiera gustado que escuchasen la historia. Por otro lado, no
sé si Carlos estaba inconsciente ya o vio la escenita en primera línea. Me doy
cuenta de que George parecía esperar una respuesta. Creí que era una pregunta
retórica.
-Descubrí una faceta mía que ni siquiera conocía. Te voy a
hacer una demostración.- dije riéndome. De pronto, me pongo seria y agacho la
cabeza. Luego, sonrío, la levanto lentamente, mirándolo entre las pestañas, con
los párpados entornados. Me humedezco los labios y luego me muerdo el labio
inferior. George se queda embobado. No puedo aguantarme y me río a mandíbula
batiente. Esto no se me da mal. Nada mal, por lo que veo.
-Pobres chicos de negro… si conmigo has sido tan convincente
y sólo era una demostración...- dice George, todavía un poco trastornado.
-Venga ya, que no ha sido para tanto.- digo riéndome aún.
Levanto la cabeza y veo que Samuel me mira. Tiene una expresión indescifrable.
Álvaro y Francesco también lo hacen. Como si se hubieran puesto de acuerdo
miran a George a la vez, que se empieza a reír también. Me despeina el pelo.
-¡No veas con la pequeñaja!- dice en voz alta, revolviéndome
el pelo. Yo le saco la lengua.
-¡Eh! ¡Ya tengo dieciséis!- me quejo, haciéndome la ofendida.
Le pego un puñetazo en el hombro e intento ordenar un poco mi pelo. Francesco,
que no había hablado en toda la noche, vuelve a desordenarme el pelo. Le saco
la lengua a él también. Me cae bien. Hoy, como sus padres estaban planeando qué
hacer con los agentes, él y Helena están comiendo con nosotros.
-Una Femme Fatale, ya os lo dije.- observa Francesco. Samuel
vuelve a hablar con Lourdes. Ya sí que no aguanto más y me voy a la habitación
corriendo. Se está comportando como un imbécil. ¿Significará eso que hemos
roto? Lloro.
Yo no quiero cortar.
Yo le quiero. A pesar de su comportamiento de hoy. Es mi chico de ojos tristes.
Pero él… si dijo que me quería tanto, ¿Cómo es que me está haciendo esto? Caigo
en mi cama, manchando la almohada con mi llanto. ¿Por qué no les ataqué,
simplemente? Me habrían matado, pero Samuel y Francesco hubiesen tenido tiempo
de noquearlos mientras estaban centrados en mí. Pero no, tuve que hacer el
idiota delante de mi novio, que ahora no me habla. Puede que esto no sea más
que una crisis. Siento una mano en mi espalda. Me doy la vuelta. Es Camille.
Intento limpiarme las lágrimas de la cara, pero es inútil, otras nuevas las
reemplazan. Camille me abraza.
-No te preocupes por ese imbécil. A estas alturas, debe de
saber que con una mujer no se juega.- dice. Hace que llore aún más. Oímos ruido
fuera. Son los demás, que vienen a dormir. Menos Carlos, que sigue en la
enfermería. Camile se separa de mí, me dice que duerma y se va a su cama, no
sin antes mirar a Samuel con encono. Pablo viene y, sin hablar, se tumba a mi
lado. Según he oído, su hermano estará bien, se curará en nada. Pero se nota
que está preocupado. Mi problema no es nada en comparación con el suyo. Le doy
un abrazo.
-Duerme un poco. Yo me ocuparé de Carlos esta noche.- le
prometo, cogiendo mi mochila otra vez. Paso por en medio del grupo, que me obstaculiza el paso, sin levantar la
cabeza. No quiero que vean que he llorado. Y Samuel menos.
Me pierdo de camino a la enfermería. Hace mucho tiempo que no
voy, desde el primer día. Doy unas cuantas vueltas hasta que veo el despacho de
los jefes. Sus voces se escuchan desde fuera. Están hablando de los agentes.
-No creo que sean de mucha ayuda.-Está diciendo Ebba.- No
tenemos medios para torturarlos. Lo mejor sería quitárnoslos de en medio.
-No.- dice Benito, rotundo.- ¿Pretendes asesinar a unos
niños? Si lo hiciésemos, seríamos igual que el gobierno.
-¿Pero no era eso lo que queríais? Guerra.- pregunta Ebba.
-Sí, pero hay muchas formas de pelear. Debilitar al enemigo
es una de ellas.- declara Bartolomé. No quiero seguir escuchando. Ya puedo
encontrar la enfermería desde aquí.
Entro. Carlos está dormido en una de las camas. Suspiro. No
parece que esté tan mal. Menos mal que le encontramos antes de que los otros le
hicieran más daño que el que le habían hecho. Se me encoje el corazón al verlo
así, tan dormidito, tan desvalido. Cojo una silla que hay en la sala y me
acerco. Le toco la frente. No tiene fiebre, bien. Me preocupa que la herida se
le haya infectado. Me siento y miro al cielo a través de la claraboya. Es una
vista preciosa. Me pregunto si podré dormir, habituada como estoy a dormir a
oscuras allí en la habitación.
Y además, todavía estoy pensando en Samuel. ¿En qué estará
pensando él? ¿Estará él dormido? ¿O, por el contrario estará sin poder dormir,
igual que yo? Me quito la cazadora, porque me molesta un poco para estirarme
bien. Cruzo los brazos y los apoyo en la cama de Carlos. Pongo mi cabeza en mis
brazos. Cierro los ojos, pero no puedo evitar que me caiga una lágrima. Me
asusta tanto que pueda alejarse de mí… Vuelvo la cabeza. No se alejará, seguro.
Porque me quiere. Si no, es un mentiroso de primera. Reconozco que lo que he
hecho no ha estado bien. No debería haberle seguido el juego. Abro los ojos y
miro las estrellas. Están tan bonitas esta noche… como en la noche de nuestra
primera cita. Parece que han pasado siglos, en vez de meses. Y el Samuel de esa
noche no tenía nada que ver con el Samuel de hoy. Aunque yo también he
cambiado. Todo lo que ha pasado… me ha hecho más dura, más madura quizás. Sin
embargo, hoy me he comportado como una niña. Como una niñata creída. Y
presuntuosa. Me odio a mí misma. Nunca he sido así.
Carlos se mueve en sueños. Respira con dificultad. Me
incorporo. Parece que está teniendo una pesadilla. Le despierto. Él abre los
ojos y me sonríe muy dulcemente.
-Gracias.-no sé si lo dice por haberle salvado, por haberme
quedado con él esta noche o por
despertarle.
-No hay de qué.- musito, devolviéndole la sonrisa. Le
acaricio la cara.-Vuelve a dormirte. Aquí conmigo no puede atraparte nadie. No
consentiré que vuelvan a ponerte una mano encima.- Tengo la sensación de que
quiere hablar. Parece que quiere mantenerse despierto. Niego con la cabeza y me
acuesto en la misma posición de antes, como para decirle que yo también
dormiré. A los pocos minutos escucho cómo su respiración cambia y siento que
está dormido.
Ahora que estoy sola, me recreo en mis pensamientos. Imagino
que es otra vez la otra tarde, la de mi cumpleaños. Me toco mi collar. No puedo
evitar mojarlo con mis lágrimas. Me pregunto cuánto le habrá costado hacerlo.
La madera no se talla tan fácilmente. Y trenzar la cuerda… imagino a Samuel
ofuscado porque no le salía. Río entre las lágrimas. Es tan dulce y atento
cuando quiere… Le doy un beso al collar, ya que al que me lo regaló no puedo
dárselo.
Lo extraño tanto… Se me parte el corazón al imaginar un mundo
sin él. No podría seguir viviendo si no pudiese estar a su lado. Pero mi
orgullo no me permite ser la primera que dé un paso hacia la
reconciliación. Me aborrezco por eso.
Debería de ser capaz de ir con él, de pedirle perdón por mi comportamiento. Y,
si hace falta, arrodillarme hasta conseguir su perdón. Evoco el recuerdo de los
escalofríos, esos viejos amigos míos ya. Me toco los labios instintivamente.
¿Por qué no me duermo? Así dejaría de pensar unas cuantas horas. Eso estaría
bien, sí. Acabo durmiéndome con el collar entre mis manos.
Despierto cuando siento que alguien se acerca. Es Leonor.
-Gabriela, siento despertarte, pero los jefes quieren hablar
contigo.- ¿Los jefes? Debe ser algo grave, me figuro. Me levanto rápidamente.
Todavía llevo el uniforme puesto.
-¿Puedo ir a cambiarme un momentito?- Leonor asiente. Yo miro
un segundo a Carlos, que sigue durmiendo tranquilamente. Leonor me promete que
no lo dejará solo. Me quedo un poco más tranquila. Cojo ropa de la mochila y me
cambio rápidamente. No le he preguntado a Leonor dónde están, pero me figuro
que están en el despacho.
No me equivoco, están allí, hablando entre susurros, que se
interrumpen cuando me ven llegar. ¿Qué les pasa? ¿No son muy mayores ya para
andar con secretitos? Están todos sentados alrededor de una mesa, y me miran
fijamente.
-¿Querían hablar conmigo?- les pregunto, apoyándome en el
marco de la puerta mientras bostezo. Todavía tengo sueño. Mucho sueño.
-Sí…- empieza Bartolomé, pero no sigue. Ebba toma la palabra.
-Los agentes han dicho que no hablarán con nadie antes de
hablar contigo.- dice, atropelladamente.
-¿Qué?-pregunto, asombrada.
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