sábado, 20 de octubre de 2012

Capítulo 35: Un rayo de esperanza


Ya han pasado dos meses desde que los agentes vinieron aquí. Estos dos meses hemos estado con miedo de que otros agentes vinieran. Si ellos dos nos encontraron, ¿No habrían informado a sus compañeros? Total, que la misión fue retrasada hasta próximo aviso. Seguimos unas cuantas semanas con entrenamiento, eso sí- por lo menos, pudimos aprender a usar las armas que habían traído. Resulta increíble la de armas que se pueden esconder en un simple calcetín.-, más duros. No pude evitar salir tan mal parada de mi encuentro con esos dos. Podía haber escapado, pero no tuve ni una sola oportunidad en la pelea contra ellos. Ahora, por lo menos, me han enseñado a pegar puñetazos y patadas que no puedan esquivarse con facilidad. A Samuel y a Francesco igual.
Todavía no me explico cómo pudieron dejarles solos en aquella celda. Era cambio de turno, lo entiendo, pero los dos chicos que les estaban vigilando deberían de haber esperado a su relevo allí. De los errores se aprende, supongo.
Samuel y yo nos hemos vuelto más inseparables que nunca. Incluso hemos pedido a los jefes que nos pongan juntos en todos los turnos de servicios a la comunidad. En este preciso momento estamos en el huerto que hay al pie de la montaña, regando un poco. Antes hemos sacado un poco a las cabras que tienen domesticadas en un pequeño recinto aquí al lado para que pasten. Se lo ha montado bastante bien esta gente.
-¡Samuel!- le llamo- Voy a ver si les falta agua a las cabras, que se nos había olvidado. ¿Vienes?
-Qué va, amor, estoy intentando darles un poco de fuerza a las plantas. Luego iré.- responde. Ahora está quitándoles algunos tomates, demasiado verdes para poder comérselos, a las tomateras. Yo creo que está maltratando a la pobre planta, pero le dejo que haga lo que quiera. Yo no tengo ni idea de botánica. Él parece ser un as en todo lo relacionado con la biología. Me pregunto si, de haberse quedado en el mundo imperfecto, hubiera hecho la carrera de biología.  Aunque también hubiera sido un buen político. Porque poder de convicción no le falta. Sin embargo, le falta malicia.
Llego hasta las cabras en menos de dos minutos, está muy cerca. Como había temido, nos habíamos olvidado del agua. Cojo un barreño y lo lleno en el río. Luego hago lo mismo con otros tres, y las pobres cabras se terminan uno entero. Vuelvo a llenarlo. Cuando termino, me siento a la sombra y empiezo a comerme unas moras que he cogido de un arbusto cercano. Pienso que a Samuel le queda un buen rato todavía. Una cabra pequeñita, muy negra, que no tendrá más de un año, se acerca a mí curiosa. Dudo un poco. ¿Pueden las cabras comer moras? Me da un poco de miedo, pero extiendo mi mano, la que contiene las moras, y la cabra empieza a comer. Me hace cosquillas con su lengua. Me gusta esta cabra. Le acaricio el lomo y bala. Si fuese un gato, estoy casi segura que eso habría sido un ronroneo.
-Bueno, cabra, habrá que ponerte un nombre.- le digo. ¿Le estoy hablando a una cabra? Me río entre dientes. Si es que estoy como una cabra…- A ver… ¿Qué te parece si te pongo Zoe? ¡Sí! Zoe me gusta.- Zoe bala otra vez, contenta al parecer de tener un nombre.
Samuel llega al rato y se ríe, al ver a la cabra perseguirme mientras recojo más moras.
-¿Quieres?- le pregunto, extendiendo la mano.- Están muy ricas.
-No, si ya lo veo.- dice divertido, mientras me señala las manos y la cara. Estoy toda llena de jugo de mora. Coge unas cuantas y se las da a Zoe.
-Toma, bonita.- Le acaricia por debajo de las orejas y la cabra le lame la cara. Me río.
-Se llama Zoe.- le comunico, orgullosa.
-Bueno, Zoe, será mejor que te vayas con tus amigas las cabras mientras que Gabriela y yo vamos a lavarnos un poco al río.- dice limpiándose la cara con el brazo.
Como las moras no nos han llenado, vamos temprano a cenar. Crema de calabaza. Ag. Samuel y yo no rechistamos y nos la comemos en silencio. Me divierte la cara que pone con cada cucharada. Terminamos pronto, y decidimos quedarnos aquí para esperar a los demás, a los que no hemos visto en todo el día. Ayudamos a Hannah y a unos niños a los que les toca turno de cocina a servir la crema. Cuando casi todo el mundo se ha ido ya, llega nuestro grupo. Es fácil de reconocer, porque siempre llegan a todos lados haciendo ruido.  Les servimos los platos de crema enseguida. Casi todos las miran con cara de asco. John se burla de Samuel y de mí, diciendo que no somos unos buenos amigos si les traemos eso. Hannah aparece por detrás y le da un golpe con un cazo.
-Si no te gusta, no te lo comas, pero no esperes que haya otra cosa para comer.- dice, y vuelve a la cocina. Samuel y yo nos miramos un segundo y empezamos a reír. Esta mujer…
-¡Sentaos!- nos dice Inés.- Ya no creo que venga nadie más.
Le hacemos caso y nos sentamos en un hueco al lado de Camile y Álvaro. Si Samuel y yo somos empalagosos, ellos lo son más. Me alegro de que sean tan felices, pero esto ya es pasarse. Se están dando la comida a cucharaditas el uno al otro. Conozco a Álvaro desde hace mucho tiempo, y nunca lo había visto comportase así.
-Venga, cari, otra más.- está diciendo Camile. Pronuncia “cagui”, y Lourdes, que ya anda con una muleta tallada en madera, se parte de la risa.
-¡Pero si esto está asqueroso, mi vida!- se queja Álvaro. Miro a Samuel conteniendo la risa, y veo que él hace lo mismo. “Por lo menos parecen felices” pienso. Álvaro me mira, y yo le sonrío. Son empalagosos, sí, pero hacen muy buena pareja. Álvaro me devuelve la sonrisa y mira a Camile con una mirada curiosa, mezcla de admiración y ternura, pero sobre todo amor. Suspiro y me echo sobre Samuel, quien me rodea con sus fuertes brazos. Todo está saliendo como deseaba. Ahora sí que puedo considerarme completamente feliz: Samuel es feliz, Álvaro es feliz, Camile es feliz… no me queda nada más que desear. Incluso Carlos y Michelle han dejado de mirarnos mal. Ahora están juntos los dos.
Un pequeño pero fuerte rayo de esperanza parece habernos alcanzado. El destierro no parece tan malo si estás acompañada de tu media naranja. No somos tan desechables como creíamos, hay personas a las que les importa nuestro bienestar, nuestra felicidad, y que quieren estar con nosotros a pesar de nuestros defectos, que no son pocos. Que lloran y ríen con nosotros, que nos entienden. Que nos quieren, que se entregan a nosotros. Que están ahí para lo que necesitemos, y que saben que nosotros también.
Samuel juguetea con mi pelo mientras pienso en lo afortunada que soy. Me siento egoísta, pero me alegra enormemente que Samuel esté aquí, conmigo. Le doy un beso corto pero dulce y con un toque de pasión, agradecida de que se quedase aquí. Él me dedica mi sonrisa favorita, que me derrite por dentro. Entrelaza los dedos de su mano con los míos, y así nos quedamos. Fred empieza a contar chistes malos y George, Miguel, Pablo y Samuel se ríen de él.
-Gabriela, voy a dar una vuelta, ¿Quieres venir conmigo?- me pregunta Camile. Álvaro se niega a alejarse de ella y Samuel le persuade de que se quede diciendo que seguro que queremos hablar un rato a solas. Camile le dedica a Samuel una sonrisa de gratitud.- No te preocupes, enseguida estoy contigo.- le dice entre besos a Álvaro.
-¿Y yo me quedo sin beso?- se queja Samuel, mirándome.
-Sí. Te tengo muy mal acostumbrado.- le regaño. Él frunce el ceño y yo me río y le doy el beso que quería. Por mí, pasaría toda mi vida besando a Samuel, pero no quiero ser tan empalagosa como los otros dos y que se acabe cansando de mí.
Acompaño a Camile a una habitación vacía. Es muy pequeña, apenas cabe el único colchón que hay. Camile enciende la antorcha solitaria que hay allí. Con eso basta para iluminar el pequeño cuarto.
-Aquí no nos molestará nadie. La habitación era de una pareja que se ha mudado a otra un poco más grande.- La miro con curiosidad. ¿De qué tendrá que hablar que sea tan secreto? El fuego de la antorcha hace que la habitación se caldee en cuestión de segundos. ¿Aquí es donde se meten ella y Álvaro cuando quieren estar a solas? Pues podrían haber avisado, así Samuel y yo también habríamos podido disfrutar de más ratos a solas.
-Bueno Camile.- digo sentándome en la cama.- ¿De qué querías hablar?
-Pues… esto… Quería hablar contigo antes de nada. Eres mi mejor amiga. ¿Prometes no decir nada de lo que te diga ahora?
-Sí, claro que te lo prometo. Sé guardar secretos.
-Estoy muy preocupada. No quiero sacar conclusiones precipitadas, pero… Hace tres semanas que no me viene la regla y… ayer empecé a sentir unos mareos muy raros. Y esta mañana he vomitado.
Me quedo un poco traspuesta. La miro con los ojos como platos.
-Pero Camile…- le doy un abrazo, y ella empieza a llorar.
-¿Cómo voy a traer a un niño a un mundo como éste? Y además, según la genética, si es chico va a salir daltónico seguro. Yo… sólo tengo diecisiete años.- llora más fuerte.
-¿Y Álvaro lo sabe? Porque es el padre, ¿Verdad?- ella me mira ofendida. Hasta para de llorar.
-¡Pues claro! ¿Por quién me tomas? No, no se lo he dicho todavía. Tengo mucho miedo. Aquí no hay hospitales ni nada, el bebé podría morir. Y yo también.- Se empieza a tocar el vientre obsesivamente.- Pero, por otro lado… sí que me gustaría traer al mundo un niño mío y de Álvaro.- dice con una sonrisa triste.
-Seguro que será un niñito rubio guapísimo.- le sonrío.- Y quién sabe, a lo mejor es niña y no sale daltónica. No tienes por qué preocuparte por eso.- le toco la barriga.- Y ahora, vamos a decírselo a Álvaro. Es el padre y tu novio. Tarde o temprano se tendrá que enterar.
Tiro de ella y me la llevo a la cocina, en donde todavía están todos. Doy un paso hacia ellos y animo a Camile a que me siga, quien respira hondo y me sigue decidida. Álvaro la mira preocupado, porque se le nota que ha llorado. Le tomo de la mano y la animo a que hable. Se esconde detrás de mí, pero yo la saco de allí y la obligo a hablar.
-Camile tiene algo que deciros. ¿Prefieres decírselo primero a él o ya aprovechas y se lo dices a todo el mundo?- no había caído en eso. Álvaro parece a punto de sufrir un ataque, y Samuel me mira curioso.
-Mejor se lo digo yo a Álvaro. Luego os lo contamos.- dice Camile sin mirar a los demás. Anda hacia donde no se escucha su voz. Álvaro la sigue. Yo me siento en el sitio de antes.
-¿Qué le pasa a Camile?- me pregunta Samuel. Yo me pongo el índice en mi boca.
-Ya os lo contará ella.- le digo con una sonrisa y miro hacia la pareja.
Camile tarda un rato en hacerle entender que está embarazada. Cuando por fin se entera, se pone a dar saltos de alegría y la besa en la boca y en la barriga simultáneamente unas cuantas veces. Ella acaba contagiándose de su entusiasmo y se le borran todos los miedos. Vaya sorpresa, no sabía que a Álvaro le gustasen los niños. Me pregunto cómo reaccionaría Samuel. Le miro pensativa. Supongo que también tendría miedo. Él es más realista. Pero he visto cómo trata a los gemelos, y seguro que se pondría loco de contento. Pero claro, sería imposible que yo estuviese embarazada. Samuel y yo todavía no hemos dado el gran paso. Noto que él tiene ganas, pero yo todavía estoy algo nerviosa. Porque podría pasar algo como esto.
Álvaro y Camile se nos acercan, cogidos de la mano.
-¿Puedo decirlo yo, vida mía?- le pide Álvaro a Camile.
-Si te hace ilusión…- le responde ésta, aún conmocionada. Se le salta una lágrima y Álvaro se la limpia con una tierna caricia. Se le nota que la ama muchísimo.
-No te preocupes, todo saldrá bien. Ya verás.- le consuela.
-Ojalá sea cierto...- Álvaro coge aire y lo suelta a bocajarro.
-Camile está embarazada. ¡Vamos a tener un bebé!- todos se quedan en silencio, mirando a Camile y a Álvaro alternativamente. Luego estallan en felicitaciones. Todos menos George, que mira a Camile con un dolor palpable y, apretando los puños, sale de la cocina.
-¿Pero qué le pasa a ese?- pregunta Álvaro.- Me levanto y le sigo. Ahora es mi turno ayudarle. 

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