martes, 6 de noviembre de 2012

Capítulo 38: No subestimes a tus enemigos



Me abrocho el cinturón y me peino  por quinta vez. Falta media hora para la medianoche, la hora acordada para salir. El flequillo me molesta, así que me lo pongo detrás de la oreja. Ya cuando lleguemos me lo colocaré en su sitio. Estoy muy nerviosa. Samuel, que está a mi lado, tirado sobre la cama, parece la viva imagen de la despreocupación. Al ver que lo miro, se levanta y me besa. El beso me hace olvidar que vamos a internarnos en la mismísima base de los agentes especiales del gobierno, máquinas de matar, sin ninguna compasión. Sin saber cómo, llegamos a la cama, y al segundo estoy sobre él. Los besos se hacen más y más ardientes. El mismo fuego de aquella vez me inunda por completo. Mi cerebro deja de crear pensamientos coherentes. Mi cuerpo toma el control. Samuel jadea, en busca de aire, y yo aprovecho para recorrerle el cuello y la mandíbula con mis besos.
-¡Eh! ¡Os estamos esperando! Y vosotros dos aquí, tan tranquilos, besándoos como si la vida se os fuese en ello.- dice John enfadado, cuando entra en la habitación. Nos apartamos rápidamente, avergonzados.
John lleva la ropa de todos los días, ya que no se internará en la base. Él, Fred y George nos esperarán cerca, por si necesitamos ayuda. Hubieran ido ellos, pero nosotros llamamos menos la atención, además de que ellos son tan grandes que no cabrían por la rejilla de ventilación. Le seguimos hasta la puerta, en donde nos esperan los demás. Los jefes, cómo no, también están para despedirnos. La madre de Francesco también está. Fred revisa nuestros cinturones, para comprobar por última vez que estamos preparados.
-Suerte.- nos dice Bartolomé.
- Confío en ti, hijo mío.- le dice Benito a Francesco, agarrándolo por los hombros. Su madre le da un fuerte abrazo, pero no dice nada. Sonríe intentando ocultar las lágrimas que se le escapan y que ella se enjuga disimuladamente.
-No te preocupes, mamá. Volveremos todos sanos y salvos.- le promete.
-Tened cuidado.- dice Ebba.- Ya sabéis, si os cogen, no habléis de nuestra comunidad bajo ningún concepto. ¿Entendido?
-Entendido.- decimos Samuel y yo al unísono. Verónica llega corriendo.
-¿Por qué no me dijiste que te ibas esta noche?- le reprocha a George.
-Porque antes de que despiertes ya estaremos aquí.- los dos se miran a los ojos. Sus miradas lo dicen todo.
-Te esperaré.- se limita a decirle.
Nos apresuramos en el camino. Tomamos dirección noroeste, cruzando el espeso bosque. A las dos horas de camino, ya podemos ver la base. Hay una valla altísima que la rodea. Esto es nuevo, nosotros no contábamos con ella.
-Nosotros nos quedamos aquí.- dice Fred.- Muchísima suerte.
-Espera un momento. Si necesitamos ayuda, ¿Cuál será la llamada? No pueden enterarse que tenemos refuerzos aquí fuera.- digo.
-De acuerdo. La llamada será… No le deis más moras a Zoe.- dice George riendo entre dientes.
-Muy largo. Pero da igual, no nos va a hacer falta.- dice Samuel confiado. Me da un beso en la frente.- ¡Vamos allá!
Francesco, él y yo salimos a correr. Francesco nos avisa que hay un punto en el que las cámaras de seguridad no nos detectarán. Le hacemos caso y trepamos la valla por ahí. Vamos pegados a la pared, agachándonos cuando hay ventanas. Encontramos más rápido de lo previsto la rejilla de ventilación en la que debemos entrar. Me pongo a cuatro patas y Samuel se coloca de pie encima de mí, para ayudar a Francesco a llegar, quien con la ayuda de un cuchillo (cómo no) destornilla la tapa de la rejilla.
-¡Voy a entrar!- susurra.
Como está sentado en sus hombros, sólo tiene que apoyar un pie en un hombro e impulsarse hacia arriba. Francesco coge a Samuel de los bazos y le ayuda a subir. Conmigo es más difícil. Ninguno llega para cogerme de la mano, así que sueltan la cuerda. Trepo por ella y en seguida estoy arriba. Francesco nos guía por caminos que ya hemos estudiado miles de veces en los mapas. Destornilla la rejilla de la habitación con cierto trabajo, ya que los tornillos están por fuera y  tiene que meter la mano por la abertura entre los hierros, que es muy pequeña. Pero, a pesar de todo, todo está siendo muy fácil. Demasiado fácil.
Es verdad que fue lo que nos dijeron, pero… no sé… algo no va bien. Todo está demasiado tranquilo. No se escucha nada. Son las tres de la mañana, pero, aún así…
El ruido del hierro al caer hace que nos sobresaltemos. Yo, como soy la última, ato el extremo de la puerta a otra rejilla que da al pasillo. Francesco baja, seguido de Samuel. Me doy la vuelta y agarro bien fuerte la cuerda. Bajo haciendo rappel por la pared, como ellos. Ni siquiera me he hecho daño en las manos, como en los entrenamientos.
Algo va mal. Samuel y Francesco están muy quietos. Se respira en el aire una tensión fuera de lo normal. Tenía razón, algo va mal. Muy, muy mal. Justo cuando me doy la vuelta, se enciende una luz, y vemos al menos diez chicos de negro, que nos esperaban sonrientes.
Soy la primera en reaccionar. Saco una semiautomática de mi cinturón, cargo y disparo a los tres que tengo más cerca.  Una chica bastante más grande que yo es la segunda en reaccionar, y dispara a Francesco. Le apunto justo entre los dos ojos. Disparo y corro hacia Francesco. Samuel está arrodillado junto a él. Lo ha llevado detrás de la mesa del ordenador, para protegerle de los demás disparos.
-¡Ve a ayudarla!- le dice Francesco entre murmullos. Samuel le hace caso y se asoma por un lado de la mesa. Las balas no le alcanzan por milímetros. Hago un rápido balance de la situación. Somos dos contra seis. Todavía nos queda munición. Tenemos aproximadamente cinco segundos antes de que se abalancen a por nosotros. Tardo sólo tres en recargar la pistola. En los dos restantes disparo a dos agentes. Samuel se encarga de los otros cuatro mientras yo miro la herida de Francesco. No ha alcanzado ningún órgano vital. Pero está perdiendo mucha sangre. Me arranco un trozo de la camiseta de tirantes, que es muy larga, y le vendo la herida. Espero que esto baste. No puedo quitarle la bala aquí y ahora, sería demasiado peligroso. Francesco se ha desmayado.
-Francesco, por favor, despierta. ¡Tenemos que salir de aquí!- le digo, dándole pequeños golpes en la cara. No reacciona. Le tomo el pulso. Es débil, pero todavía vive.
-Ábreme paso, no podemos salir por donde hemos venido con Francesco así. Yo lo llevaré a cuestas.- dice Samuel. Todos los agentes están tirados en el suelo. Un desconsuelo enorme me recorre el cuerpo de arriba abajo. He acabado con la vida de seis personas sin dudarlo, sin pestañear siquiera. Me guardo mis emociones para otro momento. Me coloco bien el flequillo, tapándome bien el ojo marrón. Respiro hondo, cargo la pistola y abro la puerta de una patada. Salgo y le hago a Samuel una seña para que me siga. Al final del pasillo, a la derecha, recuerdo que había una ventana en el mapa. Ojalá siga ahí.
-Gabriela, guarda la pistola. Estamos vestidos como ellos, podemos pasar desapercibidos. Sólo tienes que actuar un poco, no hace falta matar a más gente.- le miro agradecida. Es verdad que con los nervios no me había acordado de nuestro disfraz. De todas formas, lidero la marcha hacia la ventana con pasos apresurados. Tengo que pararme unas cuantas veces a esperar a Samuel y a Francesco. Samuel parece que no va a poder aguantar mucho más.
-¿Quieres que lo lleve yo un rato?- propongo. El hace un gesto de negación con la cabeza.
-Tranquila, todavía puedo aguantar un rato más.- me encojo de hombros. Debería de estar acostumbrada a esa fachada suya de tipo duro que puede hacer todo el trabajo él solo. Me quedo paralizada. Sí, no me cabe ninguna duda. Alguien viene corriendo hacia nosotros, haciendo mucho ruido al pisar. Empujo a Samuel hacia la pared y me preparo para representar mi papel. Francesco se despierta.
-¿Qué ha pasado?- pregunta, aturdido.
-Sh, calla. Alguien viene hacia nosotros.- respondo. Francesco hace amago de querer bajarse de encima de Samuel, pero éste no le deja. Espero, erguida, mientras preparo la historia que voy a contar. En el pasillo reina una oscuridad casi total. Apenas puedo ver la silueta de un chico muy alto y corpulento que se acerca. Noto como la tensión de Samuel aumenta a medida que la silueta se va acercando. Decido hablar antes de que nos vea bien y encuentre raro nuestro aspecto. Aunque yo no podría encontrar ningún fallo en nuestro disfraz, parecemos agentes del gobierno de verdad.
-¡Ayuda! ¡Los imperfectos intentan escapar! Han matado a diez de los nuestros. ¡Rápido! ¡Se dirigen a la puerta principal! ¡No hay que dejar que se escapen! Nosotros vamos a llevar a la enfermería a un agente herido.- digo, señalando a Samuel y Francesco. La desesperación que hay en mi voz hace que parezca estar diciendo la verdad.
-¡Mierda! ¿Esos tres se han cargado a tantos? ¡Pero si se suponía que no tendrían ninguna oportunidad contra nosotros, que estarían tan sorprendidos de que los estuviésemos esperando que caerían en cuestión de segundos! Ve a avisar al jefe. Se podrá hecho una furia.
-Va… Vale.- consigo balbucear. He reconocido esa voz, vaya que sí. Pero parece que él no me ha reconocido aún. Se acerca más y yo me vuelvo hacia Samuel y Francesco, temblando. ¡Que no me vea la cara, por Dios, que no me vea la cara! Desgraciadamente, no da resultado. Víctor se detiene bruscamente.
-¿Ga… Gabi? ¿Eres tú de verdad?
Ahora sí que no tenemos ninguna oportunidad. Francesco herido, Samuel cuidándole, y yo… yo sé con seguridad que no seré capaz de hacerle daño alguno a Víctor. Me acerco más a Samuel y le doy un rápido beso y le susurro:
-Escúchame. En cuanto os lo diga, salid corriendo hacia la ventana. Desde allí, llamad a los chicos. ¿Te acuerdas de la señal, no? No intentéis si quiera volver a por mí. Te juro que no les diré nada, pero por favor, no vuelvas atrás. Te quiero. - le digo, y lo beso otra vez.
Con lágrimas en los ojos, le doy la cara a Víctor. Me vuelvo a apartar el flequillo. El flequillo no ha servido de nada, al igual que los trajes de negro. Ha sido inútil. Toda nuestra preparación, nuestro sacrificio, las muertes de todos esos chicos, que aunque fueran agentes no se merecían morir. La mirada de la última chica que maté me reconcome. Víctor da un paso hacia nosotros, y yo saco la pistola. Se detiene en seco. Voy trasladándome como un cangrejo hacia el otro lado y Víctor me sigue, colocándose de manera que queda entre ellos y yo, mirándome.
-¡Ahora!- les grito, y me abalanzo sobre Víctor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario