domingo, 25 de noviembre de 2012

Capítulo 40: El Ala Blanca



-Despierta, dormilona. Son las ocho.- me dice Samuel.
-¿Las ocho? ¡Es muy temprano! Déjame dormir unas cuantas horitas más, por favor.- la voz me suena pastosa, y me cuesta un trabajo enorme abrir los ojos.
-Gabriela, son las ocho, pero del día 24. Llevas algo más de un día durmiendo. Hoy tenemos turno de limpieza.- gimo. Odio el turno de limpieza. Hay que pasar trapos mojados por todos los suelos y las paredes, que parecen no acabarse nunca.
-Vale. Pero necesito un baño.- todavía tengo puesto el uniforme de agente, todo sudado y lleno de sangre.
-¿Vas a bañarte en el río, con el frío que hace?
-Voy a calentar un poco de agua. ¿No se te había ocurrido antes, con lo listo que tú eres?- Samuel me mira con los ojos abiertos y un poco avergonzado. Parece que no se le había ocurrido.
-Bueno, pues cuando termines me doy yo otro baño y nos vamos a limpiar.
-De acuerdo. Luego nos vemos.- me despido de él con un besito y voy a coger mi mochila, que tiene ropa limpia.
Lleno un gran barreño de metal que pesa como mil demonios y una gran cacerola de la cocina de agua del río, enciendo un fuego y la pongo a calentar. Me siento cerca del fuego. Me acuerdo de que todavía no he leído la carta. Ahora que no tengo nada que hacer y estoy sola, parece un buen momento. Me tiemblan las manos de puro nervio a la hora de desdoblar el papel. Me asombra un poco ver la caligrafía de Víctor. Nunca antes había visto un papel con algo escrito, y mucho menos a mano. Todo lo hacíamos a ordenador en el mundo perfecto. Aun así, parece una caligrafía bien cuidada y limpia. Me pregunto en dónde habrá aprendido a escribir en papel. La carta data del  3 de Mayo de este año, y dice así:

Querida Gabriela:
No sé si llegaré a darte esta carta algún día, pero siento que te debo una explicación. Porque hoy te he visto, Gabriela. Te he visto. Y tú a mí. Y ahora… necesito confesarme. Llevo dos años aquí. Justo el mismo tiempo que tú. Llevaba toda mi vida preparándome para venir. A duras penas conseguí ocultártelo. Mi padre es uno de los organizadores del plan. Pero sólo unas pocas personas saben que es el jefe de una organización, el Ala Blanca, que persigue desbaratar los planes del gobierno. A mí también me infiltró, como una especie de agente doble. Nos parece inadmisible esta actitud que lleva tomando durante años en lo que a gente no perfecta respecta. Todo el mundo tiene defectos. Cuando el juez te condenó imperfecta… yo… no sabía qué hacer. ¡Te mandaron aquí, para luego enviar a chicos como yo para matarte! Me prometí a mí mismo encontrarte y ponerte a salvo. Debo disculparme por la actitud que tuve frente a Samuel, permitiendo que Ana lo torturara, pero no había otra forma de encontrarte. No iba a contarle mis planes para que me ayudara y luego corriese a contárselo a su hermanita. Cuando intentó escapar y Ana lo hirió, yo sabía que no estaba muerto, pero le dije a Ana que sí lo estaba para que le dejase marchar. Después de las torturas, comprendí que ese chico no iba a decir nada, porque te amaba, como yo, y no iba a permitir que nadie te hiciese daño. Decidí dejarle escapar e intentar encontrarte de otro modo.
Luego, empieza otra vez con otra fecha, mucho más próxima, de antesdeayer, el día de nuestra visita a la base:
Te perdí la pista durante meses, pero luego, gracias a los militares, pude saber que estabas bien, que Samuel y ellos te cuidaban, que ya no estabas con ese Álvaro y que eras feliz. Prometí no meterme de por medio. No quería darte más dolores de cabeza. Y, lo confieso, no quería verte con él. Cuando te separaste del grupo… estuve a punto de ir a buscarte, aunque sabía que no te habían matado aún. De algo tiene que servir ser un agente infiltrado.
Hace casi medio año, Fred nos informó de vuestra visita, que más tarde tuvisteis que posponer por la llegada de esos agentes. En mi defensa, diré que actuaron por cuenta propia, sin informar a los jefes. Si no, os hubiera avisado. Lo juro.
Hoy vendréis. Se supone que todo irá sobre ruedas, pero acaban de dar un chivatazo a la base. Hay uno o más traidores en la comunidad. No te fíes de nadie, excepto de John, Fred y George. Habla con ellos si quieres que te expliquen más. Los tres jefes también están al tanto de lo del Ala Blanca, y colaboran con nosotros.
Te dejo elegir si debes contárselo a Samuel o no. Una cosa que se me olvidaba: no le des falsas esperanzas, Ana no pertenece al Ala Blanca.
Besos,
Víctor.
No sé qué pensar. ¿El Ala Blanca? Por poco creíble que parezca, no tengo ninguna duda en que es verdad. La leo una segunda vez. Y luego una tercera. Y una cuarta. Cuando el agua ya está lo suficientemente caliente, ya me la sé de memoria. Aparto el agua del fuego y lo apago. Saco un poco de jabón de aloe vera, que hace poco los de la comunidad me enseñaron a hacer. ¡Y pensar que he estado casi tres años bañándome sólo con agua y restregándome plantas aromáticas! Pongo un trozo en el agua, para que huela bien.
Arrastro el barreño y la cacerola a un lugar apartado detrás de unos matorrales, no vaya a ser que me vea alguien. Me quito la ropa y, temblando por el frío, introduzco un pie. Entre el calor del agua y el olor a aloe vera noto cómo me relajo. Durante la media hora que dura el baño, sigo dándole vueltas al contenido de la carta. No dejo de pensar en la participación de George, Fred y John en todo esto, pero lo que más me inquieta es lo del traidor. O los traidores. Puede ser cualquiera, alguien de la comunidad o incluso del campamento. No puedo encontrar a nadie cuya conducta me haya resultado sospechosa.
Me froto bien con el jabón por todo el cuerpo. Me enjabono bien el pelo, que después de que Julio me enseñase el peine está mucho mejor. Ahora voy a pedírselo a Kate todos los días. Es una chica un poco extravagante, muy alta y delgada, que bien podría haber sido modelo en el mundo perfecto. No me cae mal, pero es un poco… arrogante. Me mira siempre con una especie de expresión de superioridad que me hace estremecer. Pero Julio la mira con una adoración que no se puede pasar por alto. Todo lo que hace Kate está bien hecho, y todo lo que dice, bien dicho. Intenté emparejarlo con Inés, pero él, al intuir mis intenciones, me confesó que está enamorado de David, el novio de Leonor.
Me pongo de pie y me echo por encima la cacerola poco a poco para quitarme los restos de jabón. Me seco con una manta vieja que me hace de toalla y me pongo mi ropa de invierno que tenía guardada en la mochila: camiseta de manga corta con una sudadera roja y gris calentita que encontré casi nueva en el vertedero hace años encima, pantalones largos y las botas viejas que me quedan grandes de siempre. Meto la carta y el uniforme en la mochila. Vacío la cacerola y el barreño y lo lleno otra vez de agua y la pongo a calentar para Samuel. Samuel… ¿Qué le diré? Decido darle la carta y que la lea. Aunque… Prefiero que no lea la parte romanticona. Pero no tengo nada que ocultarle. Sí, se la daré.
Camino a paso rápido por entre los matojos, para encontrarlo lo antes posible. Caigo en la cuenta que no sé en dónde está. Lo dejé en la habitación, así que empiezo por allí. No está. Voy a la cocina.
-¡Hola, guapa!- me saluda Hannah.- ¿Tienes hambre? ¡Hoy hay sopa de puerros!
-Esto… no, gracias, Hannah, estoy buscando a Samuel.
-¿Samuel? Estuvo aquí hace como quince minutos.
-Vale, gracias Hannah. Luego nos vemos.
-Sí, hasta luego, tesoro.
Salgo corriendo de la cocina. ¿En dónde se habrá metido? ¡Ya sé! Puede que esté en la enfermería. Todavía no sé si le curaron el rasguño de la bala o no. Tampoco sé cómo está Francesco.
Samuel está sentado en la silla al lado de la cama de Francesco. Hay una chica pelirroja cambiándole las vendas a Samuel.
-Toc toc.- digo, imitando el sonido desde la puerta, ya que el biombo de la entrada está apartado.
-Entra, Gabriela.- dice Francesco.
-Hola, Gabriela. Yo soy Rebeca. Os curé a ti y a tu amigo cuando llegasteis. Francesco habla mucho de ti últimamente.- dice la chica, y me da un apretón de manos.
-Encantada.
-Venga, Rebeca, que se lo va a creer.- le advierte. Emite un gritito de dolor cuando Rebeca le aprieta demasiado las vendas. Samuel le mira divertido.
-Eres un quejica. Mira Samuel, que ni siquiera ha pestañeado cuando le he quitado el trocito de bala.
-¿¡TROCITO DE BALA!?- grito. Corro hacia él a mirarle el brazo. Como estaba atenta a Francesco, no me he dado cuenta de que está sin camiseta. Está contra la pared, intentando ocultar el brazo derecho. Tiene puesta una venda que le cubre todo el hombro y le llega hasta el codo. Me llevo la mano a la boca horrorizada, para aguantar un grito, pero no funciona muy bien.- ¡ME DIJISTE QUE SÓLO ERA UN RASGUÑO!
-Cariño, yo…
-¡NI CARIÑO NI LECHES! ¿¡HASTA AHORA NO TE LO HABÍAS CURADO!?
-Gabriela, cálmate, por favor, si es verdad que no era nada.- me tranquiliza Rebeca.
-Déjala, si es una histérica.-dice Francesco. Le miro con una mirada de esas que matan.
-Samuel, el baño está listo. Hay agua calentándose en una hoguera cerca del río.- le digo, sin mirarle, y con cara de póker.- También me gustaría que leyeses esto, si no te importa.- saco la carta de un bolsillo de la mochila.
-Gabriela…- se acerca a mí con la mano extendida. No me aguanto más y una lágrima se me escapa.
-¡Podría habérsete infectado y haber muerto! ¿Crees que ocultarme cosas como ésta está bien?
-No… pero es que no quería preocuparte.- me atrae hacia su pecho, yo apoyo mi cara y mis manos en él y él me rodea con sus brazos y hunde su cara en mi pelo.
-Vale, te comprendo. Pero que sea la última vez. ¿De acuerdo?
-De acuerdo. Te lo prometo. Entonces, ¿Dices que me has preparado el baño, amor?
-No, sólo te he puesto a calentar el agua.- Me aparto de él y le pongo la carta en la mano. Él me mira preocupado.- Venga, que si no se va a calentar demasiado.
Observo cómo se pone la camiseta y el jersey que llevaba cuando me despertó y se va. Suspiro. Rebeca y Francesco me miran aturdidos. Claro, Francesco no vio cómo Víctor me daba la carta. Me siento en la silla que Samuel ha dejado libre, como si estuviera sosteniendo un peso muy grande. Quiero hablar con John, Fred y George, pero prefiero esperar a Samuel para ir juntos. No se me quita de la cabeza lo que dijo Víctor, lo de que había un traidor entre nosotros. Intento encontrar a alguien cuya historia no me convenza, pero no encuentro a nadie.
-Gabriela, no debes preocuparte tanto por él. Cualquier día vas a enfermar.- me dice Rebeca, malinterpretando mi actitud. Ahora mismo no estaba triste por él, ya sé que no ha sido nada. Niego con la cabeza.- Parece un buen chico, no te enfades con él.- le sonrío. Francesco se ríe y contesta por mí.
-Bah, a esta los enfados le duran segundos. 

3 comentarios:

  1. Hola!!!
    Me encanto tu blog y la historia, me gustaría que nos siguiéramos y afiliáramos. Visita me. Ciao.
    http://brujas-cuentosdebrujas.blogsot.mx

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    1. Hola! :)
      Me encantaría!
      Tendrás que explicarme como, porque no sé xD
      P.D: Me ENCANTA tu blog!

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  2. Buenas, pasaba a saludarte y de paso animarte para que participes en los II Premios del club:

    http://elclubdelasescritoras.blogspot.com.es/2013/09/ii-premios-el-club-de-las-escritoras_16.html

    Saludos y buen día!

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